Xóchitl, Krauze y Aguilar Camín

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Xóchitl Gálvez perderá su título de ingeniera porque el Lic. Enrique Graue no puede contradecirse tras proclamar con solemnidad bobalicona —a causa del affaire Esquivel— que “la integridad y honestidad de la UNAM no debe cuestionarse”, cuando la ausencia de integridad y honestidad institucional es una evidencia. Enrique Cabrero ilustra la catadura moral del exclusivo club que integra el Consejo Directivo. La denuncia de plagio de Xóchitl Gálvez se inscribe en una estratagema política equiparable a la de Yasmín Esquivel. Aunque en rigor a nadie importa el plagio, la incómoda situación que experimenta Gálvez expone la ineptitud de sus postulantes.

            La candidatura de Xóchitl se cocinó al vapor. No es verosímil que en pocas horas medios de comunicación y “representantes de la sociedad civil” promocionaran a coro su idoneidad, aceptada de inmediato por los partidos políticos. Todo indica que se trató de una conjura tramada por un colectivo en que destacan los “siameses” Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín. Su interés no reside en la democracia, sino en la democracia a su servicio. Reducido a la irrelevancia, Krauze se hace zurrapas en México a condición de recitar con ardor la cantinela de la libertad en España. Confinado en la impotencia, Aguilar Camín opta por el tremendismo en sustitución de los otrora socorridos “puños negros” para sortear su inevitable naufragio. Entre risas vibrantes, ambos malograron el proceso al imponer a Xóchitl Gálvez excusando ese espacio brumoso llamado sociedad civil previo secuestro de la ciudadanía. Omitieron revisar condiciones y circunstancias de la candidata a postular. Subestimaron unas elecciones que López Obrador no puede perder a riesgo de su condenación. Prescindieron en realidad de Xóchitl y de los ciudadanos a quienes manipularon como coartada para urdir una improbable venganza al servicio de sus intereses. El silencio de Aguilar Camín y la insistencia necia de Krauze en que el plagio no es plagio delatan la maniobra. (Importa reparar en los ofensivos comunicados de éste para quien la corrupción es mesurable a conveniencia exhibiendo obscena mediocridad). Las sonrisas de ayer son las lágrimas de hoy, cosas del humor en almoneda de Guillermo Sheridan. Con aburrida arrogancia, no sopesaron las consecuencias de su torpeza. Traspillados, se ubican ya en esa hornacina en que se acomodan los despojos, pero a costa de los pellejos de Xóchitl, de los mexicanos y de la nación. La codicia y la voracidad no deberían administrar la vida pública.

            Entre los intelectuales, los mejores previenen la amenaza de la familiaridad con el poder político. Enrique y Héctor han levantado sus trayectorias en íntima complicidad con ese poder que ha sido pródigo a sus bolsillos sableando al erario en una prevaricación de manual. Ni mérito ni virtud se obtienen del affaire Xóchitl operado con ausencia absoluta de talento. Krauze y Aguilar Camín dañan a México de manera irreversible. Se antoja impostergable que esta mancomunidad leonina desaparezca para que irrumpa liberada la sociedad civil.  

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