La risa de la muerte

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La muerte es tema recurrente de todas las culturas, pero no siempre merece la misma atención, ni el mismo tratamiento, ni desde luego el mismo significado. En México la muerte se carcajea ante sorpresa de turistas y extranjeros. Pero la muerte se ha reído muchas veces en diferentes periodos en geografías distantes. Para cualquier época no ha pasado desapercibida esa risa macabra que indica el término de toda existencia. Durante la baja Edad Media europea un género dramático se extendió a velocidad: la Danza de la muerte. Su aparición de debe a toda clase de pestes y epidemias que asolaban a la sociedad originando una extraña domesticidad con la muerte. A estas circunstancias se añaden otros factores que subyacen a esa familiaridad como misticismo y penitencia, pero también satanismo y adivinación.

Elementos opuestos pero reunidos en la severa mirada del esqueleto ante quien desfilan los cadáveres danzantes como imagen postrera de la propia vida. Los primeros textos de la macabra danza proceden de
Francia llegando con rapidez a Escocia en donde se sitúa Lament for the Makaris de William Dunbar, luego a Alemania, Italia, España. Se reconocen sus antecedentes en diferentes obras y asuntos: Dies Irae, Vado mori, Libros de Horas, De contemptus mundi, El encuentro de los tres vivos y los tres muertos, Ars moriendi. La danza de la muerte expresa el desasosiego de un mundo sometido a todo tipo de violencias que subraya la precariedad de la existencia.

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Las versiones del extenso poema, variable según su procedencia, exhiben el desfile de una sociedad abatida por el desengaño y lacerada por la ruina ante la aniquilación inminente. El género literario obedece a un diálogo en que la muerte cita a representantes de las clases sociales: rey, papa, obispo, fraile, caballero, médico, sastre, leguleyo, labrador. Pero también se aprecían otras formas que lo contaminan: teatro, sermón, poesía, pintura, liturgia. Acostumbraba a representarse en semana santa. Preside el drama una lección moral: la muerte iguala a todos sin distinción. Se ha considerado la evidencia una protesta social, interpretación completamente anacrónica y extemporánea. La lectio invita a dos orientaciones de sentido: la primera retoma el tópico vanitas vanitatis del Eclesiastés, apelando al memento mori que alienta a aceptar la muerte con resignación cristiana; y otra más, una ironía de fondo ilustra que no respeta sexo, edad y estatus. Junto a la literatura se propagó una iconografía en que sobresalen los grabados de Holbein el Joven publicados en 1538. Las ilustraciones exponen variedad de muestras del culto a la muerte: cuerpos en descomposición abandonando sus tumbas, calaveras de caballeros, el esqueleto de la muerte danzando y bailando.

En castellano se conserva una Danza de la muerte de autor anónimo datada a finales del siglo XIV e inicios del XV. Hay quien aventura una fecha precisa, 1430. Esta versión incluye elementos musulmanes y judíos. Las primeras líneas del prólogo compendian el propósito de la obra reparando en el topos vita brevis: “Aquí comiença la dança general, en la qual tracta cómo la muerte dize e avisa a todas las criaturas que paren mientes en la breviedad de su vida, e que della mayor cabdal non sea fecho que ella merece”.

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