Juan de Mariana, aventurero del conocimiento

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El vocablo aventurero solía aplicarse a individuos que unas veces huían de su presente a la
búsqueda de futuro y otras sencillamente se entregaban a una inquietud personal movidos por
la curiosidad y la aventura. Durante siglos la aventura se relacionó casi en exclusiva con hechos
de armas. El soldado de fortuna se asociaba con un temperamento temerario, que asumía toda
clase de riesgos sin medir las consecuencias de sus acciones, prevaleciendo inverosímilmente
sobre circunstancias y coyunturas. En caso de sucumbir, se instalaba confortablemente en ese
generoso olvido siempre dispuesto a acoger a quien toca o no a su puerta. Con frecuencia, el
audaz lo arriesgaba todo porque no tenía nada, apostaba ese todo que era su vida para ganar en
el mejor de los casos una mejor existencia o para perder más habitualmente su existencia. En
muchos aventureros hay algo de tahúr, de jugador de partida de naipes en la mesa de cualquier
tugurio saturado de humo denso, con vasos opacos de cal mediados de whiskey, que apuestan
sus últimas monedas a cambio de esa última carta que compendia la suerte de toda una vida,
confundiendo osadía con desesperación. Pero hay otro tipo de aventureros, discretos y
mesurados hacia el exterior, cuyas peripecias discurren ocultas a ojos de los demás y, sin
embargo, protagonizan hazañas que perduran y transforman individuos y sociedades.
Aventureros del conocimiento que también arriesgan todo pero de manera a priori antiheroica
aunque luego sus vicisitudes exhiben una heroicidad ejemplar. El jesuita Juan de Mariana
(1536-1624) pertenece a este linaje. Tras seguir estudios en la Universidad de Alcalá, marchó a
Roma en 1560 para enseñar Teología, desplazándose más tarde como profesor a Lorete y
Sicilia, y finalmente a París. En 1574 regresa a España instalándose en Toledo, en el colegio de
la Compañía de Jesús.


El fondo de su pensamiento reside en la defensa de la propiedad privada y los límites
estrictos del poder político como condición para que sean respetados los derechos del
individuo. Criticó el maquiavelismo o naturalismo político en De rege et regis institutione (1599)
que sostiene que la sociedad, anterior a cualquier forma de gobierno, puede recuperar sus
derechos si determinado gobierno no le es útil y justifica, incluso, el tiranicidio. La economía
ocupó muchas de sus reflexiones condenando los monopolios, el fraude monetario, los
impuestos injustos o no consentidos. En De monetae mutatione, cuarto libro de Tractatus septem o
Siete tratados (1609), denuncia el desvío del recurso derivado de la inflación para financiar los
gastos del gobierno en detrimento de los ciudadanos. Sostiene la necesidad de equilibrio
presupuestario acompañado de una moneda sana en Tratado y discurso sobre la moneda de vellón
(1987). Su pensamiento se inscribe dentro de la doctrina iusnaturalista y moralista de la Escuela
de Salamanca vigente en el siglo XVI, cuya nómina registra a Martín de Azpilcueta, Diego de
Covarrubias, Domingo de Soto, Francisco de Vitoria.


Juan de Mariana, aventurero del conocimiento, contribuyó decisivamente a la causa de
la libertad del individuo frente al Estado, a la defensa de sus derechos ante los abusos del
poder político, a la crítica de los gobiernos que secuestran a los súbditos para financiar sus
excesos. Su doctrina se reconoce en la actualidad como antecedente del pensamiento liberal
aunque con reticencias que residen por ejemplo en su idea de la ley y el monarca. Sin
estridencias, acometió una obra muy actual presidida por la ética para establecer las relaciones
individuo-Estado. El pensamiento se sobrepuso a la espada y la escritura a la rodela en una
gesta sin estrépito pero decisiva para occidente.

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