El fraude que viene

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¿Se puede decir válidamente que hubo fraude electoral el pasado 2 de junio? Me parece que no; más allá de los errores aritméticos en las actas de algunas casillas del país y de algunas otras inconsistencias y problemas menores, creo que la jornada del domingo pasado se desarrolló correctamente. ¿Hubo compra de votos? Tal parece que en algunas localidades algo así pudo haber ocurrido, de hecho, circulan en redes sociales videos de personas reclamando el pago de su voto en oficinas de Morena, pero, a decir verdad, tampoco parece tratarse de un fenómeno de grandes dimensiones que pudiera explicar el resultado tan contundente a favor de esa fuerza política. En este sentido, me parece que no se puede hablar propiamente de fraude, al menos no en el sentido tradicional.

Lo anterior empero, no significa que el proceso electoral en su conjunto no haya sido el más inequitativo de la historia del México moderno. El uso que por años dio el gobierno a los programas sociales, sin reglas de operación, sin transparencia, y con tintes claramente clientelares, sí que explica en buena medida el resultado. Ya anticipaba María Amparo Casar desde hace años, en lo que ella denominó “el gran benefactor”, que la cantidad de dinero transferida de manera directa a enormes segmentos de la población consolidaría un mercado electoral absolutamente leal a Morena; no en balde el presidente odia tanto y ahora persigue judicialmente a esta intelectual. La burda utilización de decenas de miles de servidores públicos -los “siervos de la Nación”-, como operadores electorales de Morena, también constituyó un ilícito y generó una cancha dispareja, en especial la amenaza que esparcían en el sentido de que, si Morena perdía, la gente perdería los apoyos de los programas sociales. La cantidad inagotable de dinero que el oficialismo dispuso para su campaña -proveniente tanto del erario como del crimen organizado-, también fue decisivo. Las descaradas e ilegales intromisiones del presidente desde sus mañaneras, que le provocaron 36 amonestaciones por parte de la autoridad electoral (ya que al presidente no se le puede sancionar de otra manera), también influyó de manera muy importante.

¿Se trató entonces no de un fraude propiamente dicho, sino de una elección de Estado? Creo que los elementos antes mencionados y otros que podríamos agregar, sí constituyen una elección de Estado, pero acepto y entiendo que haya divergencias al respecto, y sobre todo, acepto y entiendo que a fin de cuentas el resultado electoral obedece a factores mucho más profundos; no todo se explica por las trampas de un gobierno de talante autoritario; el resultado obedece a las precarias condiciones de vida de la mayoría de las y los electores que han visto en el actual gobierno al primero que les habla directamente, en sus términos, y que les atiende al menos con seis mil pesos bimestrales, cantidad que a muchas personas les cambia la vida, y que trasciende al simple intercambio de pesos por votos, es un dinero que les dignifica. El abuelo que vive en casa de su hijo como dependiente económico, por ejemplo, ahora ve que puede aportar algo, o que puede, al menos, invitar una paleta en el parque a su nieto. Esto lo dignifica. Por eso son tan importantes los programas sociales. En tanto no se generen mejores condiciones de vida para estas personas, los programas deben seguir ahí.

Por otro lado, también hemos de reconocer las enormes deficiencias de la oposición que no solo ha sido incapaz de plantear con claridad un proyecto alternativo y atractivo de país, sino que, en parte por culpa propia y en parte por difamación, ha acumulado un gran desprestigio que inhibe a muchas personas a votar por ella.

Como sea, lo que está claro es que urge una gran reflexión que defina la ruta para enfrentar los enormes desafíos que todo esto nos impone. Urge definir la ruta para revertir la polarización social; urge definir la ruta para evitar futuras elecciones de Estado; urge definir la ruta para frenar el deterioro de las instituciones; urge definir la ruta para evitar la consolidación de un narco-Estado; en suma, urge definir la ruta para evitar el afianzamiento del populismo autoritario.

Pero antes de eso, urge frenar el fraude electoral que hoy se cierne sobre la Nación: el fraude de la sobrerrepresentación. En estos días, el gobierno ha evidenciado su intención de utilizar esa trampa para que el parlamento termine teniendo muchos más diputados y senadores oficialistas, que los que de por sí ya le dieron las urnas. Intenta alcanzar la mayoría calificada en ambas cámaras mediante esa ominosa maquinación. Urge atajar el fraude electoral que apenas viene.

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