Editorial. Migrantes y remesas

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La determinación no ha sido sencilla

Las historias casi siempre son iguales o parecidas, pero las vivencias únicas e intransferibles. Un joven o un adulto de cualquier provincia mexicana (Michoacán, San Luis Potosí, Guanajuato, Oaxaca, Guerrero), decide pasar al otro lado. La determinación no ha sido sencilla, pero la violencia y la falta de trabajo, la precariedad económica de su familia, lo empuja a planificar el viaje a Estados Unidos. La marcha está precedida de meses de trabajo retribuido con quincenas exiguas de las que separa una cantidad habitualmente escasa. Paulatinamente el ahorro se incrementa aunque no a la celeridad que esperaría.

Muchas veces ha estado tentado de entregar esa suma para que el médico atienda a su padre, a su madre, a sus hermanos, o comprar una mesa o un refri. Ahorro sobre privación y miseria. Tiempo después, reunida la cantidad necesaria, planifica el arriesgado periplo que lo llevará a la frontera. Una vez en Ciudad Juárez o Tijuana, contacta a los coyotes que a cambio de una alta suma lo cruzan, si no lo abandonan a su suerte en el desierto, al país vecino. Desde El Paso o San Diego inicia el trayecto a destino, en donde lo acogen amigos de la familia. Sin dilaciones, comienza a trabajar en el campo o en la maquila o en el lavacoches o de mesero en cualquier restaurante de comida rápida. No importa la edad, solo el trabajo, la adaptación a una rutina inflexible presidida otra vez por el ahorro. Lo importante ahora no es mejorar la calidad de vida, sino seguir guardando el salario.

Poco a poco se integra en la sociedad de acogida

Poco a poco se integra en la sociedad de acogida, aprende inglés, asimila directrices culturales, se relaciona con connacionales y norteamericanos. Se aleja intelectual y emocionalmente de su país de origen. México sigue siendo una referencia aunque cada vez más lejana. Piensa que tuvo que salir por incompetencia del gobierno, por promesas siempre incumplidas dirigidas en exclusiva a recabar el voto. El país de origen se reduce a la familia con la que sigue manteniendo lazos irrompibles. El inicio de la existencia en Chicago, Miami, Nueva York o Los Ángeles no es fácil. No es una interrupción que luego retoma la vida con naturalidad. Se trata de una ruptura violenta, dolorosa que algo tiene de orfandad. Una escisión suavizada por la calidez de otros mexicanos, algunos del mismo pueblo. El propósito, el mismo. Contribuir a paliar la escasez material, económica y moral de la familia que quedó en México. Ahorrar es en primera instancia privarse en lopersonal para que los abuelos, los padres y los hermanos dispongan de un dinero que les hará más agradable la existencia. Ya llegaran mejores tiempos, o no.

Un día cualquiera prende el televisor y asiste a una de las mañaneras del Presidente de México en que alardea de las remeses que recibe el país. Remesas cuyo crecimiento parece imparable y que constituyen en sí mismas una muy significativa inyección económica. El Presidente no habla del dolor, del sacrificio, de la renuncia personal. Ni una mención a un éxodo impulsado por su irresponsabilidad, su inconsciencia, su demagogia. Sencillamente, se apropia del sufrimiento y lo traduce en dólares. No se olvida el primer mandatario de la nación de animar a los migrantes a que sigan enviando remesas.

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