Aristóteles, entre muchas otras cosas inventor de la lógica, hizo una puntual sistematización de los silogismos e identificó las principales tergiversaciones de los que son objeto, a las que llamó sofismas o falacias. La que por mucho ha sido la más recurrente en la historia, es la falacia ad hominem, que consiste en desacreditar el argumento de alguien, no basándose en la validez del mismo, sino atacando a la persona que lo sostiene, es decir, se trata de un ataque personal en lugar de un ataque al argumento en sí mismo.
Pues bien, la reciente intervención del ex presidente Ernesto Zedillo en la revista Letras Libres, donde aborda el deterioro de la democracia en México bajo la autodenominada Cuarta Transformación, fue objeto de esa estratagema de la falacia ad hominem por parte de la presidenta Sheinbaum. En vez de responder a las muy pertinentes observaciones de Zedillo, la presidenta solo atina a imputarle que fue responsable del Fobaproa. Es la nueva versión de la estrategia aquella que utilizaba López Obrador cuando alguna pregunta le incomodaba de responder “¿y Loret de Mola?
En esta ocasión la respuesta de la presidenta Sheinbaum a las críticas de Zedillo también ha dejado mucho que desear. Insisto, en lugar de ofrecer un contrapunto argumentativo, optó por incurrir en un sofisma, desviando la atención del discurso crítico de Zedillo atacándolo en su persona y su gestión como presidente en el contexto del Fobaproa.
Este tipo de respuesta no solo es un desvío de la discusión principal, sino que también revela una falta de capacidad para enfrentar cuestionamientos legítimos sobre el estado actual de nuestra democracia y de su evidente deterioro reciente del que han dado cuenta no solo Zedillo sino numerosos analistas.
El artículo de Zedillo plantea una serie de preocupaciones sobre cómo la Cuarta Transformación ha erosionado instituciones fundamentales y debilitado la separación de poderes, elementos esenciales de una normalidad democrática. Se trata de un análisis valioso que invita a reflexionar sobre el rumbo que ha tomado el país con la reforma judicial, la eliminación de los organismos autónomos (como el de transparencia o el de telecomunicaciones), la ampliación de la prisión preventiva oficiosa y la militarización de la seguridad, así como de las implicaciones que esto tiene para las próximas generaciones.
Sin embargo, en lugar de abordar estas preocupaciones de manera reflexiva, Sheinbaum opta por recordarle a Zedillo su responsabilidad en la crisis del Fobaproa, como si esto fuera un argumento válido para desestimar sus puntos. Eso, sin entrar a revisar los números, porque habría que recordar que si el Fobaproa ha costado 2 billones de pesos, la deuda que López Obrador adicionó a la que ya traíamos fue de 7 billones, es decir, la deuda obradorista supera en más de tres veces la deuda del Fobaproa.
Pero además, Zedillo tendría mejores argumentos, porque el Fobaproba no fue un rescate de los bancos, como los morenistas quieren hacer creer, en realidad fue un rescate de los cuentahabientes. Sin el Fobaproa, todos quienes tuviesen una cuenta en un banco, chica o grande, hubieran perdido su dinero; habría sido la quiebra del país. En cambio, la deuda de Obrador, tres veces mayor al Fobaproa, se fue a proyectos faraónicos ya hoy inservibles como el AIFA, el Tren Maya, Dos Bocas, y claro, a la compra masiva de votos a través de programas sociales. Un tiradero de dinero.
Pero bueno, lo que Zadillo plantea sigue sin respuesta. En una democracia saludable, los líderes políticos deben estar dispuestos a confrontar críticas y a responder con argumentos sólidos. Sheinbaum pudo haber respondido a las afirmaciones de Zedillo con datos y ejemplos concretos en defensa de su administración, y luego, aprovechando que la gestión de Zedillo no está exenta de fallos, formularle también algunos cuestionamientos, pero prefirió la rabieta y evidenciar así los síntomas del autoritarismo creciente.
En una democracia, todos los actores deben rendir cuentas. La democracia se fortalece con la diversidad de opiniones y con la disposición de sus representantes a escuchar y responder a las preocupaciones de todos los sectores. En ese sentido, la reacción de Sheinbaum es un claro ejemplo de cómo no se debe abordar el debate político en una democracia. Dejó claro que le dolió, y que no tuvo respuesta.
La evasión de argumentos y la descalificación personal solo mostraron incapacidad política, y debilidad de carácter.