Duelo a garrotazos

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A las afueras de Madrid, Francisco de Goya y Lucientes adquirió la Quinta del Sordo, situada en el municipio de Carabanchel Bajo, su última residencia antes de partir al exilio en Burdeos en 1824. Decoró sus muros entre 1819 y 1823 con las llamadas Pinturas Negras, utilizando el óleo al secco. Posteriormente los murales se trasladaron a lienzos. El aragonés no registró título en ninguna pintura, pero la crítica las denomina Las Parcas, Dos viejos, Dos viejos comiendo sopa, Duelo a garrotazos, El aquelarre, Hombres leyendo, Judith y Holofernes, La romería de San Isidro, Dos mujeres y un hombre, Procesión del Santo Oficio, El perro, Saturno devorando a su hijo, Una manola: doña Leocadia Zorrilla y Asmodea. En la casa de dos plantas, Duelo a garrotazos, también conocida como La riña, estaba situada en la parte superior junto a Las Parcas mediada una ventana. La serie se inscribe en la estética prerromántica del Sturm und Drang, previa teorización de Edmund Burke, en que se advierten dos asuntos preferentes: la crítica a la religión en clave satírica y la denuncia de enfrentamientos sociales debido a la inestabilidad del gobierno de España tras la algarada de Rafael de Riego. Las pinturas combinan una gama cromática limitada a negros, grises, ocres y dorados.

Duelo a garrotazos presenta en primer plano, descentrada y cargada a la izquierda, la lucha a bastonazos de dos campesinos, cuyas piernas se hunden hasta las rodillas, en medio de un paraje agreste y baldío. Ambos contendientes sujetan con firmeza respectivos garrotes con los brazos extendidos hacia atrás para tomar impulso. Iluminada a contraluz, la escena presenta un fondo encapotado que no cubre del todo el cielo azul, subrayando su dramatismo. Excepto por los colores y las figuras grotescas, no pasaría de ser un apunte costumbrista puesto que este tipo de duelo no era infrecuente en la época. Sin embargo, casi desde el principio se interpretó La riña como alegoría del enfrentamiento entre españoles, expresión de las dos Españas irreconciliables y fratricidas, originadas en la Ilustración entre nacionales y afrancesados. Esta tesis fue defendida sobre todo por intelectuales españoles a finales del siglo XIX: regeneracionistas y noventaiochistas, y retomada durante la guerra civil y el exilio posterior consecuencia de la dictadura franquista.

El simbolismo de La riña es susceptible de extenderse a cualquier querella entre connacionales o hermanos o vecinos. La violencia por encima de la razón, la fuerza sobre la palabra, el terror en lugar del diálogo. Un mundo crispado y colérico contra la crispación y la cólera de otro mundo para dividir, descomponer, escindir todavía más, sin reconciliación a la vista porque la reconciliación implica la renuncia a una parte de la razón y del interés en provecho del bien común. Los garrotazos aumentan en proporción a la disminución de cauces de entendimiento. Se incrementa el color negro porque la oscuridad proscribe los demás colores. No es gusto romántico, sino estricto realismo. El odio se extiende incontenible, revestido de derechos para no delatarse en lo inmediato, movido por el resentimiento fomentado desde la autoridad. Quienes deberían conciliar optan por el enfrentamiento excusando estrategias políticas que en realidad son bélicas. La ceguera del fanatismo y el despotismo de la ideología desbaratan las sociedades democráticas incapaces de articular una respuesta convincente exigida por los enemigos de la democracia.

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