El Séptimo Sello, la transparencia

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Hay artistas que en una obra concentran todas las posibilidades de su arte, sin definirlas al
completo, apuntando a un futuro por recorrer ya establecido en esa obra primeriza. Su
significado no reside exactamente en la obra sino en la manera en que el autor se hace
presente. En realidad, las posibilidades no se detectan sólo en indicios rastreables en una
novela, una pintura, una película, sino ante todo en el talento del autor que de manera invisible
se transforma en presencia sin perder su invisibilidad que el tiempo desvanece. No todos los
asuntos artísticos exhiben la misma complejidad. La penumbra aparece casi siempre al
merodear lo sagrado a causa de su indecibilidad. Lo sagrado se asedia, se cerca, se sitia, pero
rara vez se conquista o, quizás, no se conquista nunca. La naturaleza misma de lo sagrado
impide su estricta expresión, no la alusión que es como pasear por un recinto sin adentrarse en
el interior, como un palpar desprovisto de tacto. Se despliega hacia lo irracional,
voluntariamente extraviado, flotando en un magma oscuro que es difícil sacar a la luz. El
origen del arte acusa un proceso semejante al iluminar lo recóndito, al dotarlo de luz y
comunicarlo sin forzarlo a riesgo de esfumarse. Esa obra no es plenamente transparente, pero
ofrece la proporción de transparencia posible a su oscuridad. Algunas cintas de Ingmar
Bergman (1918-2007) exhiben este proceso. En particular El Séptimo Sello (1957), rodada en
blanco y negro en un momento de crisis espiritual cuando el director sueco rumiaba su
conversión al catolicismo.


Ambientada en la Europa medieval acosada por la peste bubónica, la película relata la
partida de ajedrez entre un caballero que acaba de regresar de las cruzadas y la Muerte que se
desarrolla en el viaje del cruzado a su casa familiar tras una ausencia de diez años. El Séptimo
Sello
se refiere a las palabras de Apocalipsis 8:1: “Y cuando el Cordero rompió el séptimo sello
del rollo, hubo silencio en el cielo durante media hora”. Ese silencio es el silencio de Dios.
Bergman dice que no es que Dios no exista o que haya muerto, sino que siendo guarda silencio
o que ese silencio prueba su existencia. El silencio de Dios no es ausencia de Dios sino
presencia pura y la presencia pura solo habita en el silencio como registra San Juan a inicio de
su evangelio: “En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era
Dios”. El combate entre el caballero y la Muerte se despliega en un plano real y en otro
metafórico. En el real, Bergman narra las peripecias del cruzado a medida que se acerca a su
destino. En el metafórico, los movimientos de las fichas de ajedrez son los que desvelan el
término de su periplo que concluye con la Danza de la Muerte integrada por personajes que
han aparecido en el largometraje. La Muerte con su guadaña y reloj de arena encabeza la
macabra procesión que asciende hacia una fortaleza derruida en lo alto de un alcor.


El Séptimo Sello sostiene que la muerte es el límite de la vida sin condicionarla ni
determinarla. Mantiene que la libertad dota de sentido a la existencia hasta su fin. Sugiere que
basta la fe para que Dios no rompa ese silencio que prueba su existencia. La transparencia de la
película es inseparable de su oscuridad originaria pero a través de su oscuridad se accede a la
transparencia.

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