Crónica de una farsa anunciada

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El resultado del proceso interno de Morena por el que esta semana se seleccionó a Claudia Sheinbaum como abanderada hacia la carrera presidencial de 2024, fue la cosa más predecible del mundo.

Quizá solo por aquel momento en el que sus flagrantes actos anticipados la pusieron en riesgo de que la autoridad le inhabilitara, nunca hubo mayor duda de que, desde hace más de dos años, el presidente ya había decidido que ella sería la candidata presidencial de su partido.

Todo lo demás, las giras de las corcholatas, los eventos, las encuestas, todo, fue una simulación. Y de esto da cuenta el propio Marcelo Ebrard, que ahora denuncia la inequidad generada a partir de una operación oficial a favor de Sheinbaum.

Claro, hacía falta mucha ingenuidad para pensar que el proceso era auténtico. Bien sabido es, que, en todos los procesos internos de Morena, cuando se han realizado encuestas para definir candidaturas a gubernaturas, a alcaldías, etc., siempre ha habido simulación; la decisión siempre ha sido unipersonal, la decisión la toma antes el presidente López Obrador, y esta vez no fue la excepción. Sin embargo, esta historia no está exenta de interrogantes:

Primero, queda la duda de si Marcelo Ebrard fue presa de la ingenuidad, o si en realidad se prestó a la farsa, y si se seguirá prestando a ella buscando ser candidato de Movimiento Ciudadano, o por la vía independiente, para quitarle votos a Xóchitl Gálvez en el segmento electoral de la clase media. Ebrard no parece ser un hombre iluso, por lo que no puede descartarse este perverso escenario. De hecho, dijo con claridad: “ya no tenemos espacio en Morena”, y luego agregó, “estaré en la boleta electoral”. Todo indica que intentará contender en 2024, pero no contra Sheinbaum, sino sólo contra Xóchitl, haciéndole el caldo gordo a Sheinbaum.

Segundo, queda la duda de qué ocurrirá con las y los morenistas que cándidamente apoyaron a Ebrard. Ahí hay senadoras, diputados, y militantes en general, que tendrán que decidir si se quedan a apoyar a la candidata, o si se van con su líder Marcelo Ebrard, a emprender una aventura de la que no tienen claro si es auténtica, o si es parte de una estrategia diseñada desde Palacio Nacional.

Tercero, qué ocurrirá con Movimiento Ciudadano, que, desde hace semanas se debate internamente entre quienes ven bien la idea de que Ebrard pueda ser su candidato presidencial, línea en la que aparentemente se encuentra el líder máximo de MC, Dante Delgado, y quienes no están dispuestos a apoyar esa candidatura, y exigen congruencia, en el sentido de que, si la narrativa de MC ha sido la de proponer a perfiles novedosos y un relevo generacional, postular a Ebrard implicaría todo lo contrario. En esta segunda línea parece estar Enrique Alfaro, gobernador de Jalisco, y con toda claridad Luis Donaldo Colosio, alcalde de Monterrey. Así, paradójicamente, si la salida de Ebrard no significa un rompimiento real para Morena, su incursión en MC sí podría representar una fractura para este partido. Además, está ahí también la presión que MC está recibiendo por parte de la sociedad civil que le exige no convertirse en un esquirol que le haga el trabajo sucio al gobierno, y unirse al Frente Amplio por México, escenario difícil ya, pero no de imposible actualización. El cuarto escenario, el de no postular, parece todavía más improbable, pero tampoco imposible; recordemos que ya antes decidieron no postular a las gubernaturas del Estado de México y de Coahuila este 2023, así que, de ellos, puede esperarse cualquier cosa.

Y el otro aspecto que no puede soslayarse en toda esta historia, es el acto simbólico por el cual el presidente de la Republica entrega el “bastón de mando”, a Claudia Sheinbaum, como líder de la mal llamada cuarta transformación.

Obrador dijo textualmente: “Hoy dejo de ser dirigente del movimiento transformador y paso el bastón de mando a Claudia Sheinbaum”. Esto no puede soslayarse porque, quizá inconscientemente, el presidente ha reconocido que, durante todo este tiempo, durante sus primeros 5 años de gobierno, nunca dejó de ser líder de su partido, es decir, siempre fue el jefe de una facción, y no el líder de todas y todos lo mexicanos, que es lo que se espera de un jefe de Estado. Cuando un presidente asume el cargo, deja de ser líder de una parte, y se convierte -o debería convertirse- en líder de todo el país, y gobernar por igual a favor de todas y todos.

Esto nunca ocurrió con Obrador, paradójicamente, después de buscar tanto la presidencia de México, nunca la detentó, ni ganándola en las urnas, y ahora lo ha reconocido. Siempre fue un farsante.

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