Ramón Gaya, entre la mano y el ojo

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El pintor español Ramón Gaya (1910-2005) combatió una y otra vez el descrédito de la
realidad para el arte contemporáneo que denunció en más de una ocasión; en particular, en su
ensayo ejemplar Naturalidad del arte (y artificialidad de la crítica), publicado por primera vez en
1996, aunque comenzó su redacción en Roma en 1975.

Este breve opúsculo culminaba las reflexiones de Gaya en torno a la literatura y al arte que había publicado en diferentes revistas a lo largo de su vida. Páginas ejemplares que encierran lo que puede denominarse poética de Ramón Gaya y que no han pasado desapercibidas para algunos artistas, aunque sí para los
críticos.

Estos ensayos están reunidos por la editorial Pre-Textos en Obra completa. En ellos
puede rastrearse el orden cronológico y los intereses que le llevaron a la escritura de Naturalidad
del arte. Merece destacarse un texto titulado “Fragmento de un escrito inédito”, fechado en
España en 1983 , donde el autor apunta algunas reflexiones que más tarde incorpora,
dotándolas de envergadura, al ensayo citado.

Naturalidad del arte


Se trata de un texto que recoge ideas que cohesionan Naturalidad del arte: el arte no es
una tarea destinada a seres excepcionales sino que conviene a la gente común; el arte es una
“actividad” plenamente humana, una extremosidad del hombre, cuya causa reside en la
naturaleza humana y no en otra cosa que esté fuera de esa condición; a fin de cuentas, el haber
entendido el arte como un acto excepcional ha contribuido de manera decisiva a no
comprender en absoluto qué es el arte.

En su opinión, esas certidumbres han modificado la percepción del arte por parte de los propios artistas y del público. Pero esta desviación respecto a la manera de entender el arte ha tenido otras consecuencias negativas. La primera ha afectado a la crítica artística que ha desvirtuado no sólo el arte mismo sino la imagen de los artistas.

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Gaya arremete contra la idea del genio artístico de origen romántico y, al socavar el
concepto de genialidad, trae al primer plano de la discusión la vieja dicotomía entre el artesano
y el artista; dicotomía que se polariza durante las vanguardias al relegar la técnica y la destreza
en beneficio de la acción individual sobre los materiales con los que hace su obra o, dicho de
otra manera, cuando lo importante no es el cómo sino el quién. Arrumbar la técnica era una
manera de abolir la tradición en la que ese arte se insertaba y, por tanto, un medio no solo para
borrar la memoria sino para hacer tábula rasa del pasado como exigía el Primer manifiesto
surrealista.


El artista del que habla Gaya está a medio camino entre el artista moderno y el
artesano. Se puede establecer una analogía elocuente: si el ojo le corresponde al artista, la mano
es propia del artesano. Al hablar de artesano, Gaya dice que es importante la mano, que no
basta con una mirada o una idea original, que es necesaria una ejecución técnica suficiente. Y la
mano, además de expresar el oficio, representa la memoria de ese oficio.

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