La renuncia a la candidatura a la presidencia de Joe Biden se hizo pública este domingo a las 8,00 de la tarde. A nadie debió de sorprender la previsible decisión excepto al propio Joe Biden. El presidente de Estados Unidos es un hombre decrépito, como esas momias egipcias que al extraerlas del sarcófago cualquier revolera las descompone en briznas de bálsamo.
Las horas previas al anuncio siguen siendo confusas aunque paulatinamente se van ordenando para ofrecer una cronología verosímil. Recluido desde hace unos días a causa de la Covid, el viernes pasado el candidato demócrata siguió el discurso de Donald Trump que había pronunciado la noche anterior para clausurar la Convención Nacional Republicana celebrada en Milwaukee.
Tras escucharlo con atención, publicó en su cuenta de X que nunca había oído tantas tonterías, que el republicano quiere ser “un dictador” y que sólo él podría derrotarlo en las lecciones de noviembre. Días antes había adelantado que pondría su candidatura al servicio de los demócratas en caso de que un médico le diagnosticara incapacidad.
Al mismo tiempo, un rosario de senadores y representantes demócratas se sumaron a la petición de renuncia de Biden, mientras donantes del partido comunicaban la retirada de apoyos económicos a la campaña. Comenzaba a oírse con fuerza el nombre de su vicepresidenta, Kamala Harris, como posible repuesto para liderar la campaña presidencial. Barak Obama declaró a la prensa el sábado que había pedido a Biden su renuncia a la candidatura del partido.
Más tarde se supo que Nancy Pelosi también había solicitado al presidente que se bajara de la carrera presidencial. Según las informaciones, nadie preguntó por su salud porque lo relevante no era su salud en caso de que verdaderamente padeciera la Covid. Biden era sólo un peón en manos de los propietarios del partido que no estaban dispuestos a que la locomotora demócrata descarrilara tan pronto, aunque ya había descarrilado con estrépito a finales de junio en el debate con el republicano.
Es probable que las educadas peticiones de renuncia de las semanas anteriores se convirtieran este sábado en exigencias acompañadas de amenazas. A Biden lo renunciaron y todo indica que en contra de su voluntad. La carta de renuncia publicada no parece que haya sido escrita por su mano. Se trata de una misiva ambigua en que reconoce que quizás no se encuentre en plenitud de facultades para rematar la campaña y, claro, asumir la presidencia otros cuatro años en el caso improbable de ganar.
Rápidamente comenzaron las especulaciones sobre posibles prospectos dentro de la formación demócrata para asumir la candidatura: Kamala Harris, Gretchen Whitmer, Gavin Newson, Pete Buttigieg, Josh Shapiro, Jay Robert Pritzker. La elección del candidato no es fácil. El elegido sabe que posiblemente con la nominación se acabe su carrera política porque está destinada al fracaso. Sin embargo, a pesar de que Biden jamás debió de ser candidato y casi todo el mundo en el partido sabía que no debía serlo, fue nominado por comodidad o interés a la espera de que un Deus ex machina revirtiera lo irreversible. El nuevo candidato puede aportar optimismo, movilizar a las bases demócratas, atraer copiosas donaciones, insuflar ilusión renovada a un proyecto varado ahora mismo.
Nada indica que el candidato a recibir su nominación en la convención demócrata de mediados de agosto pueda competir con Trump. Pero quizás no sea eso prioritario, sino renovar el partido, dotarlo de esperanza, añadir juventud a un aparato envejecido y sin futuro inmediato. Presentó Biden una renuncia que debió de haber presentado hace mucho ante el silencio de sus seguidores y compañeros. No se jugaba únicamente la candidatura, sino su permanencia en la Casa Blanca hasta enero de 2025 hacia la que ahora arrecian críticas.