La esfera y la cruz

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No siempre autores considerados ensayistas y críticos se limitan a críticas y ensayos. No es que no les baste la formulación brillante, contradictoria o paradójica; no es que el pensamiento se confine a un género previsible por la propia materia y forma de los asuntos a tratar. No pocas veces esas reflexiones exigen otros cauces que, sin abandonar el fondo de la tesis, requieren otros géneros para redondear lo que quieren decir sin desmerecer la calidad literaria pero dotándolas de otra hondura.

La ficción es quizás la escritura que permite juegos de pensamiento sin necesidad de recurrir a argumentos sólidos que vehiculen determinado pensamiento, pero sin que esos argumentos no prescindan necesariamente del rigor convenido. Brillante polemista, maestro de la paradoja, hábil ensayista, G.K. Chesterton no decepcionó la novela. Al contrario, hizo uso de un género a priori complejo para reducir una anécdota a inverosímiles aventuras cuya verosimilitud reside en la sencillez de la anécdota. La esfera y la cruz (1910) es una novela excepcional en avatares que descansan en sus formidables personajes.

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La trama se reduce a un duelo entre un ateo y un católico, pero un duelo imposible porque no tiene lugar. Los personajes no rehúyen el enfrentamiento, son las autoridades las que los persiguen para que en ningún momento puedan enfrentarse. La ironía asoma a plenitud: la frustración de la voluntad de batirse decepcionada por la voluntad superior de impedir el duelo. La pugna siempre pospuesta es también la imposibilidad de la libertad coartada por quienes deben velar por la libertad pero para censurarla. La voluntad individual desafía la voluntad del Estado. La novela es una metáfora sobre la libertad coaccionada, coartada, reducida en nombre de una moral que violenta la moral de los personajes.  

            La ironía del duelo imposible se transforma también en la ironía de la amistad de dos adversarios que deciden hacer frente al orden establecido. Ya no son contrincantes, sino aliados. Las diferencias quedan atrás, pasan a un segundo plano al priorizar la libertad individual por encima de la aparente libertad que tratan de salvaguardar los custodios de la moral. Se aprecia un anarquismo lejano, más próximo al libre albedrío que a la subversión, pero dejando constancia de que el libre albedrío es tan subversivo como el anarquismo.

La persecución a que son sometidos los protagonistas recorre tierra, mar y aire. Sin ser ciencia ficción, por momentos recuerda a H.G. Wells o a un Julio Verne doméstico. La huida no es escape en exclusiva es conquista también de libertad. En ocasiones el propósito parece desvanecerse, esfumarse, evaporarse, pero al final reaparece con ímpetu subrayando la tesis de la obra. La libertad a conquistar no se subordina a credos o creencias aunque credos y creencias doten de sentido esa conquista. Por momentos, la novela evoca El duelo (1908) de Joseph Conrad, sin la parafernalia histórica, enfocada en una imaginación desbordante que no contraria el momento de su publicación.

            A primera vista, sorprende la novela de Chesterton. Una lectura atenta exhibe los intereses del autor en la primera década del siglo XX. El británico expone ya sus preocupaciones decisivas: la fe, la libertad individual, la represión del Estado.

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