Una imagen poderosa y unas consecuencias imprevisibles

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Una imagen poderosa, incluso demasiado poderosa, no destinada al instante presente sino a la posteridad. Una instantánea que atrapa solo un momento pero es ya historia.

El registro visual de un lapso que es historia, pero una historia que es ya posteridad aunque apenas hayan pasado unas horas: el gesto corajudo del voluminoso Donald Trump rodeado de agentes del Servicio Secreto más voluminosos aún, con el puño al aire y la bandera de Estados Unidos justo detrás, enmarcando el suceso.

El azul marino del traje del exmandatario se funde con el recuadro azul marino de la enseña que registra las estrellas que representan a los Estados, el blanco de la camisa con el blanco de las barras como el rojo de la sangre que escurre por su rostro. En una fracción de segundo, Trump ha dejado de ser el villano para constituirse en el símbolo vivo de Estados Unidos.

De manera excepcional se asiste a un cambio de la historia tan radical e irreversible como la experimentada con el atentado contra el candidato republicano, pocas veces el capricho del destino exhibe toda su ironía.

En segundos escuchamos el cuento de la Cenicienta pero en versión género fluido tan apreciado por el wokismo: el pillo de pronto se convierte en príncipe. ¿Qué habría pasado si el veinteañero Thomas Matthew Crooks hubiera cumplido su propósito acabando con la vida del republicano? ¿Más tensión a una campaña de una tensión ya intolerable? ¿Reyertas callejeras entre seguidores y detractores? ¿Guerra civil declarada? No lo sabemos ni lo sabremos nunca.

Sin embargo, sí sabemos que, tras el atentado, Trump llamó a la unidad, a la concordia y a la cohesión de la sociedad norteamericana. Sabemos que quien había dividido y enfrentado a los estadounidenses, quien había hecho del discurso del odio su instrumento preferente para captar votos, ha dado un volantazo a su estrategia para presentarse como nunca lo había hecho hasta ahora: un candidato a la Casa Blanca que quiere representar a todos los ciudadanos. 

Hasta el instante inmediatamente anterior a que la bala saliera del cañón del AR15 de Crooks en dirección a la cabeza de Trump, Joe Biden iba segundo en la carrera presidencial a cuatro puntos de distancia según las encuestas.

En el instante inmediatamente posterior en que el proyectil rozó la oreja derecha del republicano, la distancia era ya insalvable. No es necesario ni siquiera recurrir a estudios demoscópicos o de opinión.

El demócrata no es candidato a nada aunque mantenga la candidatura. Además del muerto y del herido, las aspiraciones reeleccionistas de Biden quedaron tendidas en el tejado del edificio de Pensilvania junto al cuerpo del francotirador homicida.

Este lunes Donald Trump se ha trasladado a Milwaukee donde se desarrollará la convención del Partido Republicano para designar a su candidato a la presidencia de Estados Unidos.

Donald Trump se presentará en la convención no como Donald Trump, sino como bandera de Estados Unidos con sus estrellas y sus barras, con sus colores azul, blanco y rojo, como símbolo de todo lo que significa Estados Unidos, como un candidato de carne y hueso que es también ahora parte de la historia exclusiva del país. Una fracción de segundo ha cambiado a un país.    

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