Una elección impecablemente fraudulenta

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En política, pocas cosas son tan perfectas como una elección cuidadosamente amañada. Y eso es exactamente lo que tuvimos en la elección judicial del 1 de junio de 2025. Con una participación ciudadana casi simbólica, boletas diseñadas para confundir, y una lista de “ganadores” que coincide con precisión quirúrgica con los famosos acordeones distribuidos por operadores del oficialismo, el espectáculo no decepcionó. Fue un éxito… si lo que se buscaba era simular democracia con eficiencia matemática.

Pero la historia no termina en la jornada electoral. La organización de la sociedad civil Justicia Común -una de esas tercas defensoras de la legalidad- decidió impugnar la validez de la elección ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF). Y vaya que presentaron argumentos: desde la coincidencia escandalosa entre resultados y acordeones, cuya probabilidad matemática era de una en siete mil millones, hasta pruebas documentales de intervención de entes públicos, personas pagadas con cheques del Banco Afirme distribuyendo listas de favoritos, e intercambio de información entre dependencias para incidir en el voto. Es decir, todo muy espontáneo.

Este miércoles el TEPJF resolvió el caso. Lo malo es que lo hizo como los árbitros en los juegos del América: haciendo gala de cinismo y simulación democrática desestimó todo argumento. Que no se trataba de pruebas suficientes -dijo-. O sea que, si no aportaban un video de la mismísima Sheinbaum repartiendo acordeones personalmente en la casilla, mejor ni se hubieran molestado.

Lo irónico -porque hay que admitirlo, tiene su gracia- es que este mismo tribunal, en otras elecciones locales del pasado, ha sostenido con toda seriedad jurídica que, dada la naturaleza de los procesos electorales, no siempre es posible contar con pruebas directas, y que por ello los indicios, si son múltiples, coherentes y convergentes, pueden y deben ser valorados como base para anular una elección. Aunque claro, eso era cuando los acusados no eran tan cercanos al poder… y los magistrados tampoco.

Pero lo que se impugnó no fueron nimiedades, se impugnó un sistema entero de captura institucional, donde los recursos públicos, las estructuras de gobierno y las redes clientelares trabajaron en perfecta armonía para garantizar el resultado que el pueblo aún no sabía que quería. El modelo para predecir la voluntad ciudadana fue tan exacto que casi podrían patentarla.

Y, para colmo, todo esto se validó por apenas seis de once consejeros del INE. Cinco votaron en contra, y no por capricho: argumentaron con datos en mano que la elección mostraba signos graves de manipulación. Pero ya sabemos que en esta era de la verdad oficial, tener la razón no es tan relevante como tener los votos suficientes en el Consejo General… o en el tribunal, o en el Congreso.

Entonces, ¿qué nos deja esta “elección ejemplar”? Varias lecciones útiles, sin duda. La primera es que ya no hace falta disfrazar la captura del Estado: ahora se puede hacer a la vista de todos, con todo y boletas foliadas, urnas transparentes y tinta indeleble. La segunda es que el nuevo estándar probatorio del TEPJF es tan alto, que ni Sherlock Holmes lo alcanzaría. Y la tercera -la más importante- es que el precedente está puesto: si el Poder Ejecutivo puede operar una elección judicial con tal desparpajo y sin consecuencias, ¿qué le impide hacer lo mismo en 2027 o 2030?

Claro, siempre habrá quien diga que son exageraciones, que no hay prueba contundente, que solo son sospechas de la oposición. A esos habría que preguntarles: ¿qué consideran más probable, que millones de ciudadanos hayan votado exactamente como decían los acordeones distribuidos por empleados públicos -y privados- pagados con dinero del erario, o que alguien planeó y ejecutó la elección con precisión quirúrgica desde el poder? Matemáticamente, es más fácil ganarse la lotería. Literal.

La verdadera tragedia no está solo en el resultado, sino en el precedente. Si normalizamos que los procesos electorales sean un mero simulacro bien financiado, y que la evidencia y la legitimidad no cuenten, entonces lo que estamos eligiendo no son jueces, sino coreógrafos de una enorme farsa teatral.

Si seguimos en esta ruta, lo que veremos en los próximos años no será el perfeccionamiento de la democracia, sino su profesionalización como espectáculo. Pero eso sí: impecablemente organizado.

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