La libertad de expresión es un blasón con que se adorna el poder político pero que asedia a la
menor oportunidad. A priori cada gobierno se compromete a respetar la disidencia en apego
estricto a la libertad de expresión. En los hechos, despliega diferentes estrategias para limitar la
crítica: subvención de medios de comunicación, creación de plataformas informativas ad hoc,
captación de periodistas, acoso a profesionales. Un aparato dirigido a domesticar la
discrepancia bajo apariencia de respeto a la libertad de información. Las democracias no son
ajenas a la manipulación. Un sistema democrático sólo asegura el relevo pacífico de gobierno,
pero no todo lo demás asociado con el poder. En 2006, el australiano Julian Assange fundó
WikiLeaks, plataforma digital que propagó miles de documentos clasificados de países
relevantes. La difusión de esos archivos incomodó a muchos gobiernos occidentales
exhibiendo oscuros intereses en diferentes acciones militares —como la guerra de Irak—
amparadas por la ONU, que sólo buscaban satisfacer expectativas económicas y políticas
expansionistas.
Los poderes voltearon hacia el portavoz de WikiLeaks. Inicia la persecución en Suecia
al ser acusado de violación de una menor y de abusos sexuales en diciembre de 2010 (proceso
que la justicia sueca cerró en 2017). A causa de órdenes de extradición tramitadas por Suecia y
Estados Unidos, en 2012 se refugia en la Embajada de Ecuador de Londres tras solicitar asilo
político y recibir esa nacionalidad. En 2019, el gobierno del país andino le retira asilo y
nacionalidad. Las autoridades inglesas le detienen de inmediato e ingresa en la prisión de
Belmarsh donde se encuentra en la actualidad. La justicia de Estados Unidos reclama a
Assange por cargos de espionaje en 2022. Su extradición a Estados Unidos es firmada por Priti
Patel, ministra británica del interior, en junio de 1922, a la espera de confirmación por el
Tribunal Superior. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos todavía no resuelve la
apelación de los abogados del periodista. Debido a su estado de salud, el periodista se ausentó
este 20 de febrero a la audiencia convocada por el Tribunal Superior de Londres que debe
decidir la extradición. Ese mismo día, Julian Assange recibe la nominación de la Academia
Sueca al Premio Nobel de la Paz 2024. La diputada del partido Rojo, Sofie Marhauf, ha
declarado al diario Dagbladet: “Assange ha revelado crímenes de guerra occidentales y
contribuido a la paz”, es “un prisionero político”.
Apelando a la seguridad nacional, Estados Unidos confabulado con Europa emprendió
la caza de Assange. El delito, cumplir con su mandato profesional. Otra vez los poderes
culpabilizan al mensajero y no a los responsables de guerras injustas que se cobraron muchas
vidas prescindibles para esos poderes. Las filtraciones de WikiLeaks se deben al deficiente
resguardo de los archivos. Pero la gravedad reside ante todo en una reincidente actuación
inmoral de los gobiernos, engañando a los ciudadanos, para aparentar la legalidad de guerras
ilegales. El affaire Assange exhibe encubrimientos, conspiraciones, complicidades de quienes
ostentan el poder en provecho propio pero necesitan el auxilio de la población para revestirse
de legitimidad. Assange no expone únicamente abusos y manipulaciones, sino un modus operandi
a espaldas de la ciudadanía con pretexto de servir a la ciudadanía. Con WikiLeaks y Julian
Assange la sociedad es ahora mejor, más informada y alerta sobre las intenciones de sus
gobiernos. Los dueños del poder también saben que existen límites a riesgo de exponerlos. Los
ciudadanos están ya avisados. Assange desnudó una gran farsa. El australiano es un periodista
ejemplar que ha entregado su vida a la causa de la libertad de información, un hombre acosado
que paradójicamente ha hecho del mundo un lugar más libre.