Un cártel llamado Morena

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La incursión del crimen organizado en las campañas electorales es una de las más grandes amenazas a nuestra democracia.

El fenómeno no es nuevo, desde hace lustros la delincuencia organizada ha incidido de un modo u otro en los resultados electorales, pero nunca como ahora. Hace un par de décadas, los criminales intentaban influenciar financiando a algún candidato, pero después, hacia 2010, ya subieron su apuesta matando a un candidato a gobernador en Coahuila, que tuvo que ser sustituido por su hermano, de apellidos Torres Cantú, y nunca se supo nada respecto de los responsables del asesinato.

Desde entonces, las cosas fueron de mal en peor en este tema, pero sobre todo en el orden municipal. Claro, ello, porque les permite controlar a las corporaciones policiales que son primeras respondientes ante cualquier hecho de violencia, y que pueden resultar incómodas a la hora de los trasiegos de droga, o durante el transcurso de cualquier hecho delictivo que realicen.

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Sin embargo, la influencia del crimen organizado en las elecciones ha crecido enormemente en los últimos diez años, a grado tal que ya operan para impedir que colaboradores de las campañas de aquellos personajes que no les resultan cómodos realicen su trabajo durante una jornada electoral, como ocurrió de manera generalizada en Sinaloa en 2021, o también en Tamaulipas y Michoacán, y ya que hablamos de Michoacán, ahí los criminales se atrevieron a acudir armados y embozados a las casillas, a marcar cientos de boletas electorales a favor de Morena, depositarlas en las urnas, y retirarse como si nada.

En otros lares, han secuestrado a candidatas y candidatos, los amenazan para no seguir con sus campañas, o de lo contrario, los matan.
Hay lugares donde simple y sencillamente los partidos opositores no postulan candidaturas. Saben con precisión que, si lo hacen, esas personas expondrán sus vidas y las de sus colaboradores. No vale la pena.
Hay quien señala que en este proceso electoral que estamos viviendo no ha habido tantos políticos asesinados como en la anterior, pero ello puede deberse, y creo que así es, a la “pax narca”, es decir, al hecho de que el crimen ya demostró que es capaz de matar a quienes se opongan a sus propósitos políticos, y en consecuencia, ya hay pocos que quieran arriesgar la vida en ese esfuerzo.

Pero algo que debemos tener muy en cuenta es que, en todos los casos, todos, la operación del crimen organizado es a favor de Morena y sus aliados.
Este solo hecho, es decir, la evidencia de que el crimen organizado opera a favor del oficialismo, ya debería ser factor suficiente para que el electorado repudiase a esa fuerza política. Y eso que no sabemos bien a bien cuales son los montos del financiamiento que el oficialismo obtiene de esa ilegítima fuente (aunque ya se filtró que el presidente López Obrador, siendo candidato en 2006, recibió al menos 2 millones de dólares del cártel de Sinaloa para su campaña).

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Pero a la gente parece no importarle mucho. Pareciera que lo consideran “peccata minuta”, pero dejan de lado que, en realidad, ese apoyo se desdobla en mayor presencia del crimen organizado en el espacio público, en nuestras vidas, y en la pérdida de ellas.

Cuando se extorsiona a un pequeño negociante por una parte de sus ganancias, cuando se envenena a un hijo con fentanilo, cuando se violenta a las mujeres, cuando desaparece un ser querido, cuando se asesina a alguien cercano, debemos tener en mente que ello ocurrió porque el Estado le permitió al victimario actuar a sus anchas; todo, a cambio de apoyo financiero y logístico a las campañas de los gobernantes. Es una perversidad enorme.

Cuando estos políticos aceptan el apoyo electoral de los criminales, traicionan en automático al pueblo, no solo por la inmoralidad y la ilegalidad del hecho mismo, sino porque en automático están acordando con los delincuentes en abdicar de la principal responsabilidad que el Estado tiene ante la población que es la de garantizar su seguridad y la de sus pertenencias. Al pactar con el crimen, lo que acuerdan es dejarlos hacer y pasar, es voltear la vista hacia otro lado ante su presencia, es prometerles abrazos y no balazos.

Mucho le ha molestado al presidente López Obrador la persistencia en redes sociales del hashtag #narcopresidente, y en alusión a Sheinbaum, el de #narcocandidata, pero lo que debería molestarle no es eso, sino la cercanía, intimidad y connivencia a la que ha llegado Morena con el crimen organizado.

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