Diciembre no es un mes más en el calendario. A penas treintaiún días pero cada uno con su propio afán según Santa Teresa de Jesús que lo aplicaba a cada día. Último mes del año que invita a pensar en el nuevo. Tiempo de celebraciones que transforman la linealidad en circularidad, bucle melancólico del que nos separamos durante meses pero al que inevitablemente volvemos cada año. Diciembre recuerda con tozudez que somos los mismos de siempre, que los aparentes cambios desembocan en un periodo que nos regresa a lo que nunca dejaremos de ser, desplazando el que pudimos ser formulado como propósito el primero de enero y como olvido el dos. Diciembre nos enfrenta a nosotros mismos pero a lo más hondo de nosotros mismos. En este mes lo sagrado se impone a otras consideraciones, aunque se trate desde hace décadas de una sacralidad desacralizada o profana, una extraña expresión de lo sagrado que pervive en la tradición arrumbada la fe que la sustenta. Peregrinaciones y tradiciones recuerdan la inminencia del nacimiento de Cristo. Titubeantes asedios, por momentos desconcertantes, que el 24 de diciembre adquieren sentido teleológico desde la fe y folclórico desde la costumbre. Pero en la costumbre también se vislumbra la tradición y en la tradición lo que alguna vez fue fe y que no tiene porqué no volver a ser.
La primera fecha popular es 12 de diciembre, aniversario de la aparición de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego en el Tepeyac. Cada año como indica el rito, miles de fieles peregrinan a la Basílica para postrarse ante la Guadalupana. Filas interminables recorren caminos y carreteras, sendas y desmontes, cerros y cañadas de la República. Arrepentimiento y agradecimiento resumen apresuradamente la cita impostergable. En todos los casos, enmienda de la vida pasada y fe en la inmediata al amparo del ayate de la Virgen a contrapelo de circunstancias personales. En ocasiones una fe vicaria, reconocimiento de la propia fe porque la mamá o el papá tienen o tenían fe. Fe de repuesto a veces, pero fe al fin y al cabo. Y el sacrificio y la expiación a través de marchas que en ocasiones duran semanas y días, largas jornadas de privaciones para asomarse purificados y dignos ante la Guadalupana.
Opinón
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Las posadas inician el 16 y concluyen el 24, antes de Noche Buena. Se identifican mejor con lo que ofrecen que con lo que recuerdan. Ofrecen luces de navidad, piñatas, dulces, antojitos, buñuelos, frutas, velas prendidas, ponche caliente para desprevenidos y ponche caliente con piquete para avisados que suelen ser todos los reunidos. Las posadas se originaron en las misas de aguinaldos que desaparecieron en el siglo XIX, instituidas para sustituir el Panquetzaliztli azteca celebrado también en diciembre que evocaba la llegada de Huitzilopochtli. Las posadas recuerdan el peregrinaje en Belén de José y María pidiendo hospedaje que siempre se les negaba hasta que consiguieron alojamiento en el portal o establo en que nació Jesús.
Las populares pastorelas tienen origen parecido a las posadas en las misas de aguinaldo. Semejantes a los autos sacramentales, son un género dramático cuyo nombre procede del francés pastourelle. Acostumbran a representar los avatares de José y María en su camino a Belén, mientras el escenario se puebla de pastores, ángeles y demonios, dejando la puesta en escena a la iniciativa popular.
Diciembre, mes de peregrinaciones y de tradiciones, recuerdo de un México a veces invisible pero siempre actual. Memoria de lo que se fue y de lo que se es. México inseparable de la religión católica al menos en el mes de Diciembre. México vinculado a peregrinaciones y tradiciones que exponen una porción del alma del país asociado a su memoria de manera indivisible.