En muchas vidas hay experiencias que merecen ser borradas o, al menos, convienen reducirse al subsuelo de la memoria, frontera con el olvido, para que no incomoden excesivamente a riesgo de hospedarse definitivamente en el pasado como repuesto del presente.
La literatura bélica acostumbra a operar como punto y aparte de un periodo de vida que el autor prefiere olvidar a condición de dejar su testimonio, como si el testimonio mismo cancelara incluso la posibilidad del recuerdo. Pero esa escritura destinada al olvido del autor y al recuerdo del lector adquiere diferentes formas según el propósito que preside esas páginas. El caso del británico Robert Graves (1898-1985) se antoja ilustrativo de un temperamento que, al servicio de la memoria para transformarla en desmemoria, opta por la anotación puntual y distinta, desprovista de emociones y sentimientos que empañarían una escritura destinada a la objetividad siempre esquiva, pero trámite necesario para despersonalizar esa experiencia.
Por momentos, así se aprecia en Adiós a todo eso (1929), aunque su título en inglés resulta más elocuente, Goodbye to All That: An Autobiography. Una autobiografía que pretende olvidar justamente lo vivido o una etapa de lo vivido que coincide con la intervención del autor en la Primera Guerra Mundial, alistado en el regimiento de los Fusileros Reales de Gales. Una autobiografía no exactamente para negar esa experiencia, sino para despersonalizar la experiencia separándola de su autor. Una autobiografía que es una biografía de aquel que fue Robert Graves que no es el Graves que ahora escribe: una despedida.
Este funambulismo en una cuerda floja que se bambolea en todas direcciones sorprende más si se repara en que el londinense cultivó con acusada querencia la historia y los mitos como exhiben sus obras Lawrence y los árabes (1927), La diosa blanca (1948), Dioses y héroes de la antigua Grecia (1960), Los mitos hebreos (1964), Los mitos griegos (1968). La memoria opera como motor de una literatura que se resuelve en etapa cancelada cuando se trata del propio autor.
El objetivismo exhibido al tratar sus experiencias de campaña se antoja una puerta al olvido. No es Robert Graves quien escribe, sino un testigo que coincide en ese momento puntual con Robert Graves que da fe de lo observado: “Era muy poco lo que sabía sobre el Regimiento de Gales, fuera de que eran muchachos valientes y rudos, y que el Segundo Batallón, el que nos correspondía a nosotros, tenía una historia peculiar del regimiento cuando era aún el Sesenta y Nueve de Infantería”. A las notas precisas y desapasionadas, se suma la primera persona del plural, dispersando la individualidad para disolverse en lo colectivo.
Un “nosotros” que el narrador utiliza como estrategia para desaparecer y no mostrarse, para esquivar el recuerdo atrayendo la memoria de lo circunstancial. A primera vista, la vida no corre en estas anotaciones, sino por debajo de lo consignado a lo que únicamente tiene acceso el autor. No es el sentido literal, sino el que recorre el recuerdo irrepetible de Robert Graves y al que sólo Robert Graves tiene acceso.
Adiós a todo eso es una autobiografía que pretende borrar el rastro autobiográfico de algunos episodios. Resulta la escritura de una vida para depositarla definitivamente en ese pasado que roza el olvido. Un ejercicio de memoria para acotar y sepultar el recuerdo como condición para sumir el presente.