Los premios literarios son curiosos rituales dirigidos a galardonar a escritores. Reconocen aparentemente la calidad distintiva de una obra. Los criterios sobre la calidad literaria son subjetivos excepto si el objetivo del premio es distinto a distinguir esa calidad. Ganar un premio no significa que otros concursantes —los perdedores— no gocen de méritos. Una distinción en realidad nada dice de la obra, ni siquiera del autor. Recibir un premio es solo eso, recibir un premio. En la actualidad, son recordatorios en exclusiva de que existen quienes todavía escriben aunque no se sepa muy bien para qué, desde luego no para ser leídos porque nadie lee. Los premios se entregan para vender porque vender es ya el objeto de la literatura. La literatura se ha reducido a exhibir un título, precedido de conveniente publicidad, mejor si ha sido premiado, para que el ciudadano desprevenido, deslumbrado por el diseño y los colores de portada, lo adquiera en la librería y abriendo la puerta de casa lo coloque junto a otros libros seleccionados de acuerdo con las mismas rigurosas pautas. Desde luego no abrirá sus páginas, quizás ni repare en el título ni en el nombre del autor. Basta tenerlo. Muchos escritores sin lectores son ganadores de premios para que ciudadanos compren sus libros y los depositen junto con otros libros en el librero de la estancia a merced del polvo y del olvido.
Sucede también que los premios literarios se otorgan a voluntad siguiendo con frecuencia directrices de mercado. En estos momentos todo premio literario quiere ser progre porque lo progre vende. El premio Tusquets en sus últimas seis ediciones ha premiado a mujeres, indicativo de que los hombres no escriben. Quizás más pertinente sea decir que los hombres escriben pero no interesa lo que escriben porque son hombres y no vende. Alguien puede ser autor de una excelente obra literaria pero se queda en fase de recepción del original ya que para pasar a la siguiente se exige un requisito inaccesible. La calidad literaria se rebaja o se alza a calidad de género en donde se antoja que no reside la calidad literaria o no hasta hace poco. Si se revisan las obras premiadas por Tusquets en estos años se concluye que todas son la misma obra, que todas tratan los mismos asuntos, que el universo ficcional es igual e idénticas las peripecias. Todo resumido en feminismo porque el feminismo es progre. Lo curioso es que los títulos previos de esas escritoras son regularmente buena literatura, pero los enviados a concurso se reducen a receta y consigna.
Esos señores y señoras con ínfulas intelectuales y pretensiones ensimismadas, a quienes delegan la delicada y grave responsabilidad de elegir al ganador de la nueva edición de cualquier premio, adornados con todo tipo de lentes, coloridos chalecos, sacos joviales y pañuelos de amebas, entran a las deliberaciones con el veredicto a falta de rúbrica. Los organizadores del premio han informado previamente preferencia e interés. El jurado es una instancia burocrática dirigida a aparentar seriedad de unas decisiones cuya seriedad en todo caso reside en el semblante de quien transmite la directriz. El instructor comunica el fallo con seriedad a los muy serios miembros del jurado que después de deliberar acaloradamente comunican apegados a la instrucción recibida con la misma seriedad el nombre de la galardonada. De momento, ya conocemos a la ganadora de las próximas ediciones de los premios. Resta sorpresa pero añade certeza. Evita también que algunos autores poco precavidos pierdan su tiempo con la parafernalia de las ilusiones y las formalidades de ocasión.