Desde el anuncio de la imposición de los aranceles a México, el Gobierno Federal ha realizado acciones para frenar esta medida que, de concretarse, puede generar una recesión económica que causará un profundo daño a nuestro país.
Al respecto se ha opinado mucho y los puntos de vista van desde lo que se pudo haber hecho hasta lo que se debió evitar; sin embargo, la consecuencia parece ser inevitable, postergable como lo fue pero con un
destino bien trazado. En este sentido es importante no perder de vista que el sustento político del discurso de Donald Trump al interior de su país es su combate al narcotráfico de fentanilo y el freno a la migración ilegal. Este discurso en gran medida lo llevó a la Presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica y no dejará de invocarlo cada vez que lo necesite. Si hoy algo resulta un éxito en su Gobierno, habrá de referir que fue por su combate al narcotráfico; si algo sale mal en su país será culpa de los migrantes, y, si sus índices de popularidad bajan no dudará en decir que es consecuencia del mal desempeño de México ante estos dos grandes retos.
Lamentablemente para nuestro país nosotros somos el discurso que sustenta su gobierno, nosotros somos esa frase la cual al invocarla, le genera dividendos, somos esa moneda de cambio que le da frutos y durante los cuatro años de su mandato no habrá manera de revertirlo. Su discurso ante el Congreso Norteamericano y sus reiterados señalamientos de corrupción al gobierno mexicano serán repetidos una y otra vez por
Donald Trump, prueba de ello es que posteriormente a la discusión con Zelensky escribió en sus redes sociales que las personas deberían preocuparse menos por Vladimir Poutine y más por el daño que ocasiona el narcotráfico. El revire sobre este comentario fue ridículo, absurdo, fuera de lugar y risible en su paralelismo, no obstante reveló una realidad: no importa lo que ocurra o el daño que él mismo cause en otros países e incluso en otros contextos, en el discurso de Donald Trump siempre habrá que mirar los problemas que genera nuestro país porque para su agenda, nosotros somos los que ocasionamos un mal
mayor. Este discurso que alimenta sus índices de popularidad, Donald Trump no va a soltarlo jamás, durante los cuatro años de su gobierno, con razón o sin ella, no cesará de llamar corruptos a los políticos mexicanos y ese sello, el actual Gobierno no podrá quitárselo nunca. Si la Cuarta Transformación aspiraba a dejar en los libros de texto gratuito y en su propaganda “su” historia y sembrar una doctrina que los ensalzara, una
fuerza superior en todos los sentidos los ha aplastado porque la fuerza del discurso de la nación más poderosa del mundo, se ha impuesto en una escala global desde el primer minuto de la toma de protesta de Donal Trump. Ahora bien, el Gobierno de México sólo tiene dos opciones ante la ruta que ha marcado Donald Trump: somos parte de la narrativa y nos sumamos con inteligencia admitiendo que el problema de la inseguridad nos ha rebasado y articulamos acciones conjuntas, o, seremos campo de batalla de la guerra que se habrá de librar contra el narcotráfico porque si Donald Trump necesita mantener o levantar su popularidad, no dudará en intervenir en nuestro territorio y si Ucrania enfrentó graves problemas aún con el respaldo de la Unión Europea, sería una ociosidad preguntar qué pueden hacer nuestras autoridades.