Monstruos

Fecha:

La tradición opera como memoria selectiva de la cultura para cada momento. Lo que no engrosa el río de la tradición puede considerarse erudición, conocimiento adjetivo y parcial, a la orilla de la memoria, que sin embargo completa el caudal de ese río. Muchas obras y autores se hospedan en el olvido, del que se les rescata de manera puntual habitualmente con el pretexto de navegar en uno de los ramales de la cultura.

Suelen ser encuentros fortuitos, azarosos, casi impensados. Aportan impulso a las corrientes y contracorrientes de la tradición para diluirse poco después en el torrente profuso. También hay temas y motivos que persisten en la corriente principal, sorteando meandros y recodos, para aparecer renovados, ajustados a las expectativas de la hora. El monstruo es asunto recurrente, siempre presente, adaptado a la actualidad sin extraviar su memoria que se acumula, ensancha y enriquece incesantemente. Lo monstruoso carece de significado unívoco, concentrando lo relacionado con lo deforme, lo híbrido, lo irracional, lo anómalo, lo contrahecho. El monstruo causa temor porque la realidad de lo imposible define la locura. Lo improbable encarnado atemoriza no en su horror sino en su realidad. Esa fascinación ante lo inusitado acompaña un movimiento de repulsa, pero esa repulsión no es suficiente para imponerse sobre la fascinación. Lo monstruoso seduce no al exhibir fealdad sino al mostrarse imposible realidad. Lo anómalo produce pasmo. Ese pasmo no se origina en lo deforme sino en lo excepcional cuya impresión se desvanece después de un acostumbramiento a lo deforme que disipa la impresión de excepcionalidad. El monstruo pierde su condición de monstruo no porque deje de serlo sino porque su monstruosidad se asume con naturalidad. Con todo, mantiene esa condición monstruosa si no hay aceptación. La trágica historia de Frankenstein o la noche depredadora de Drácula o el enigmático poder del golem.

El monstruo reúne todo tipo de criaturas gestadas en la imaginación simbólica: seres imaginarios, seres fantásticos, seres míticos. Esfinges, quimeras, grifos, centauros, pueblan la literatura y el arte clásicos de Grecia y Roma. La mitología escandinava registra orcos, elfos, enanos. Efrits y guls aparecen en Las mil y una noches. Criaturas que concilian opuestos: instinto y razón, pasión y cordura, bestialidad y humanidad. La cultura asociada a la acción civilizadora domestica la relación del ser humano con el monstruo hasta transformar rareza en familiaridad. Esta naturalización de lo anormal no impide que cada época elabore sus criaturas al servicio de temores, inseguridades, miedos. En otro sentido, lo monstruoso opera como speculum cogitationis o espejo de conocimiento, en que la imagen refleja aspectos perturbadores de una comunidad que de otro modo no enfrentaría.

La atracción que ejerce el monstruo reside en la anomalía que representa, pero sobre todo en los aspectos menos reconocibles, por interés o por negación, pero decisivos de determinada sociedad que solo puede representar en lo monstruoso lo que no puede admitir de otra manera a riesgo de desmoralizarse.

spot_img

Compartir noticia:

spot_img

Lo más visto