Michelin de tiktok

Fecha:

Ya es parte del paisaje urbano: una fila de 30 personas en una esquina cualquiera, muchas veces bajo el sol, esperando para comprar un pan, un ramen o un café con forma de osito. Abres TikTok y ahí está: “¡Este lugar es una joya escondida!”, “No te lo puedes perder”, “10/10, pero llega temprano porque hay fila”.

Pero ¿realmente vamos por el pan? ¿O vamos por la foto, por el story, por la aprobación silenciosa del algoritmo?

Vivimos una época en la que el éxito de un negocio no depende de su sabor, de su historia o de la calidad de su servicio, sino de su capacidad para volverse contenido. Ya no se trata de cocinar bien, sino de ser instagrameable, tiktokeable, reseñable.

Porque la gente no solo va a comer: va a documentar. A grabar el video de “yo también fui”, a dejar constancia de que estuvo ahí, a sumar un “check” más a la lista de lugares virales. Y sí, muchas veces, sin saber si el pan está realmente bueno.

La economía del hype

Las redes sociales han creado una nueva economía: la del momento. Los lugares “de moda” son una especie de meteoro: brillan intensamente por unos días o semanas, y luego desaparecen tan rápido como llegaron.

Algunos negocios saben aprovechar este fenómeno. Se llenan, venden, recuperan inversión en tiempo récord. Pero el verdadero reto no es hacerse viral. El verdadero reto es sobrevivir a la viralidad.

¿Qué pasa cuando ya todos fueron? ¿Cuando se acabó la fila? ¿Cuando ya nadie quiere grabar el mismo lugar que todos?

Muchos restaurantes no alcanzan a consolidarse. Su fama no se traduce en permanencia, porque no hay comunidad, solo scroll.

Este no es solo un fenómeno curioso. Es un síntoma.

Vivimos en una ciudad —y en una generación— donde el prestigio ya no se construye con el tiempo, sino con el algoritmo. La calidad dejó de ser una promesa: ahora es una percepción instantánea, influida por la edición, la música y el copy pegajoso.

El problema es que el hype no sabe de sazón, ni de precios justos. Sabe de vistas, de comentarios, de likes. Así se explican lugares donde el ramen cuesta lo mismo que un menú de tres tiempos en una fonda tradicional, y donde la fila es más larga que el tiempo que dura el gusto.

Lo que no sale en redes… pero sigue ahí

Y mientras tanto, existen lugares que llevan décadas sirviendo la misma receta. Cantinas, fondas, panaderías de barrio donde no hay neón ni música indie, pero sí sabor, historia y clientela leal.

Lugares que no viven del algoritmo, sino de la recomendación sincera: la del amigo, la del vecino, la de quien va todos los jueves desde hace 15 años. Esos no se vuelven virales. Pero tampoco desaparecen.

¿Quién decide qué vale la pena?

No se trata de satanizar lo viral. Está bien descubrir lugares nuevos, hacer filas si uno quiere, disfrutar el fenómeno.
Lo que vale la pena es preguntarnos si lo que consumimos lo decidimos nosotros… o lo decidió TikTok por nosotros.

Porque está bien ir a lo nuevo. Pero también está bien volver a lo que ya estaba. A lo que no necesita filtros ni challenge para valer.

Esto no es un berrinche contra lo nuevo. Está bien que las redes ayuden a los negocios locales. Que más gente conozca nuevas propuestas.
Pero también está bien hacerse una pregunta incómoda:

¿Estamos comiendo lo que queremos… o lo que el algoritmo decidió que está de moda?

Porque si TikTok se volvió nuestra guía Michelin, al menos deberíamos exigirle lo mismo que a un buen restaurante:
honestidad, sabor… y que valga lo que cuesta.

spot_img

Compartir noticia:

spot_img

Lo más visto