Mi Amigo Robot y el cuidado de las relaciones afectivas

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Es necesario, estimada lectora y estimado lector, compartirle que a inicios de febrero pasado perdí a Lucky. Una cachorrita que conocí cuando era pequeña todavía y con la que conviví cerca de 10 años. Leal, cómplice, una grata compañía. Todavía recuerdo los paseos que daba con ella.

Y le decía que era necesario este preámbulo, porque justo estos meses me acerqué por casualidad a la vida de Sara Varon, una novelista gráfica estadunidense que se ha reconocido a sí misma como mejor ilustradora que escritora, y por esa razón realizó su primer trabajo sin diálogos y sólo con imágenes. En él, relata la dolorosa experiencia que vivió cuando tuvo que poner a dormir a su perro, y la enorme culpabilidad que sintió por ello, pues es una amante de los cachorros. En alguna entrevista, contó que tuvo que refugiar su duelo creando la historia entre un perro y un robot, a manera de analogía, lo que dio vida a la novela gráfica animada Robot Dreams (2007).

Se sabe que más de 15 años después, el realizador español Pablo Berger (Blancanieves, 2012; Abradacadabra, 2017) le propuso llevar al cine, en animación 2D, la adaptación de su novela, y así conocimos recientemente Robot Dreams, conocida en México como Mi amigo Robot (2023).

La película es animada, no tiene diálogos y se relata sólo con imágenes. Ambientada en la Nueva York de los años 80, cuenta la historia de Dog, un perro solitario que tiene un departamento en Manhattan, lleno de nostalgia y convencido por un anuncio de televisión, decide comprar por paquetería un robot para convertirlo en su amigo. Conviven, se relacionan, crean un lazo muy fuerte, pero un día, por un incidente, Dog se ve obligado a abandonarlo en la playa y ya no puede regresar por él, debido al cierre de temporada, lo que provoca que dejen de verse por un año.

Y es que la historia comienza a contarse en el mes de septiembre, y culmina el mismo mes del año siguiente, por ello es ambientada con la música de September de Earth, Wind & Fire. Robot se queda varado en la playa, soportando la intemperie, las inclemencias del tiempo. Se encuentra con personas que buscan hacerle daño, y con otros seres vivos que lo usan de refugio, que le muestran las maravillas de la naturaleza; y Dog también continúa con sus rutinas. Conoce a nuevas amistades, nuevas relaciones, conoce el maltrato, pero también explora su lado romántico.

Y entonces Mi amigo Robot he convierte en una historia sobre esas amistades que se vuelven entrañables y que por distintas o desconocidas circunstancias tienen que separarse, y permite reflexionar en ello como un enfrentamiento a la pérdida, de la amistad, de una persona o del amor. Cuando Robot llega a casa, Dog debe armarlo, pieza a pieza, de manera minuciosa, con cada tornillo; y cuando Robot es encontrado, alguien más lo reconstruye, a su manera, con lo que tiene y de acuerdo con sus necesidades, porque justo de eso se trata, de construir y reconstruir las relaciones afectivas.

Cuenta Sara Varon que ella es Dog y el Robot era su perro, por eso ese comportamiento de lealtad, de amistad, de entregarlo todo sin esperar nada a cambio. Y Mi amigo Robot es una invitación a cuidar y proteger esas relaciones afectivas, apreciar cada anécdota y cada momento, porque no duran para siempre. Como esas torres gemelas animadas de la película que hoy sabemos que ya no están porque también se vinieron abajo.

Qué enorme privilegio que los autores pongan parte de su vida en lo que hacen, como el de Varón en su novela, como el de Berger en su película. Un refugio para quienes hemos atravesado alguna pérdida, como el de mi apreciada Lucky, como el de una amistad, de un ser querido, de un animal de compañía, o para quienes en algún momento nos hemos sentido abandonados en la playa.

Nos leemos el jueves.

Por @odballeza

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