
Latinoamérica arde en el cruce de caminos. En Ecuador, la polarización dibuja el destino entre dos bloques irreconciliables. En Guatemala, la democracia camina al filo de la exclusión autoritaria. En Argentina, la ciudadanía eligió un giro radical con la esperanza de salvar lo poco que queda del equilibrio económico. Cada país, con sus matices, está escribiendo, a su manera, un capítulo de ruptura. ¿Y México?
Rumbo a las elecciones de 2027, México parece avanzar en una inercia que no ha sido plenamente interpretada: una ciudadanía que, en algunos casos, se ve fatigada, estructuras partidistas atrofiadas y una conversación pública que oscila entre la euforia populista y la frustración tecnocrática. La pregunta no es solo quién ganará, sino si habrá condiciones reales para renovar la conversación sobre el poder.
El espejo regional nos dice que existen señales que incomodan. De Guatemala tomamos una advertencia. El debilitamiento institucional no siempre se manifiesta en golpes espectaculares, sino en decisiones administrativas, exclusiones disfrazadas de legalismo, y normalización del control político del árbitro electoral.
Puedo decir que de Ecuador aprendí una lección: la polarización crea la ilusión de participación, pero en realidad encierra a la ciudadanía entre dos extremos sin espacio para matices. Los “otros” no existen, y si existen, están condenados a ser irrelevantes.
De Argentina y el experimento Milei nos queda que el hartazgo puede llevar al votante a elegir la demolición antes que la continuidad. Pero también que la apuesta por el cambio sin red de contención puede generar más incertidumbre que soluciones.
En México para la elección del 27 debemos entender la necesidad de una estrategia narrativa, la elección será más que un ejercicio aritmético. Será una disputa por el sentido mismo del futuro del país. ¿Continuidad con ajustes? ¿Relevo con narrativa regeneradora? ¿Fragmentación institucional con ambiciones personales?
Ningún proyecto ganará únicamente con estructura electoral; ganará quien sepa leer el ánimo del país y construir una narrativa de esperanza posible.
Las campañas que mejor futuro tendrán son las que escuchen al electorado joven, huérfano de referentes, pero protagonista en redes, calle y urnas. Construir símbolos de futuro, no solo crítica al pasado.
Por otro lado y de manera real, México corre el riesgo de llegar a 2027 en piloto automático, con partidos reactivos, debates maniqueos y una sociedad civil acosada o cooptada.
Si los estrategas no entienden que el verdadero reto no es “ganar” una elección, sino evitar que el poder se vacíe de legitimidad, entonces habremos perdido mucho más de lo que cualquiera pudiera ganar.