Material lenguaje

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Tiempo atrás la primera función del lenguaje era la comunicación, ahora es la manipulación formulada en el binomio comunicación de la manipulación y manipulación de la comunicación. Hay un paso previo que explica la maniobra. El lenguaje es instrumento de conocimiento, despliega la realidad ante el hablante para comprenderla. La lengua se subordina a la realidad cuyo acceso pretende para descifrarla. A mayor vocabulario aumenta la comprensión del mundo, mejora la relación con su vastedad, se hallan significados donde la mayoría no encuentra ninguno. El lenguaje mismo debería ser prioridad para todo hablante puesto que expande la experiencia de modo insospechado. El conocimiento de la lengua dota a la existencia de una intensidad de otro modo inasible. Inopinadamente el lenguaje se ha transformado en otra cosa. No es ya herramienta subsidiaria al servicio de la realidad, es la realidad misma. El mundo ha perdido aparentemente interés porque no se somete al interés del momento. El rebrote de las ideologías es consecuencia parcial de la paradoja que resuelven a su favor en detrimento de la realidad real.

Aceptada la imposibilidad de disipar la decepción, surge la idea temeraria de pervertir la realidad con objeto de suprimir la decepción. El lenguaje se adopta como mecanismo privilegiado para esta operación. A la decepción de la realidad sucede una realidad a conveniencia. Se relega la profusión de la realidad real que se impone sin necesidad de imponerse y que se acepta porque solo cabe la aceptación. Otra realidad sustituye a la realidad una vez invisibilizada. Construida de palabras y de imágenes, pero recibida como verdad de repuesto. La elaboración de una realidad verbal e iconográfica proporciona verdades destinadas al consumo inmediato, sucedáneos de la verdad, sombras a modo para no desbaratar la gran ficción. El lenguaje se constriñe porque lo simple reditúa al ofrecer soluciones mágicas. La lengua se adelgaza porque su desconocimiento limita el acceso a la realidad real. Lemas y consignas se sobreponen a la complejidad del lenguaje, reduciendo la experiencia de lo real, ocultando el pensamiento elaborado o marginándolo o recluyéndolo.

La realidad actual habita en la ficción, sometida a pautas específicas. El discurso diseña una realidad destinada al consumo del momento. Manipulada mediante el lenguaje, rebajada a excusa para levantar una alternativa, estalla un vértigo de realidades al servicio de cada existencia. Disminuyen las experiencias compartidas de lo real, no a causa de discrepancias o diferencias, sino debido a que cada uno o cada grupo se hospeda en su realidad. Los ciudadanos se convierten en ínsulas, sin capacidad para asociarse porque han extraviado los lazos derivados de la experiencia de lo real que favorecían el reconocimiento. El lenguaje multiplica la realidad proporcionada en dosis adecuadas para asumirse como la realidad misma. Orillada la verdad, se incrementa la confusión que distorsiona la convivencia y el intercambio de ideas rebajado a cruce de consignas. La realidad real se desvanece como gasa de niebla ante la bruma espesa de la posverdad. Olvidada la brújula, la desorientación aumenta acompañada de la amenaza de un extravío definitivo. Por eso alguien puede proclamar sin rubor: “me robaron la elección de 2006, fue un fraude al pueblo orquestado por los que mandan y el INE”. No existen pruebas y evidencias que acrediten la denuncia. La flagrante mentira se adopta como verdad sin cuestionamiento alguno ni revisión rigurosa. La realidad de diseño conforta frente a la realidad real que causa pavor.

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