Hoy estamos en manos de los jueces. El INE ya dio a conocer el proyecto de acuerdo de asignación de diputaciones de representación proporcional mediante el cual le otorgarán al oficialismo morenista una mayoría calificada que no obtuvo en las urnas. Una sobrerrepresentación inaudita que le permitirá reformar la Constitución a capricho. Seguramente hoy mismo ese acuerdo será aprobado. Por eso es que estamos en manos de los jueces; el acuerdo será impugnado ante la Sala Superior del Tribunal Electoral, el cual tendrá la última palabra.
No es cosa menor, se trata de una resolución tan trascendente para nuestro país que, para decirlo rápido, definirá si México sigue la ruta democrática, o la autoritaria. De ese tamaño es la decisión.
El momento histórico de México me hace recordar los años previos a la caída de la República de Weimar y el ascenso del nazismo en la Alemania de los años 30s del siglo pasado. Y en especial, me hace recordar la responsabilidad de los jueces en todo ese proceso de descomposición política que echó por tierra el avance hacia la democracia que significó la promulgación de la Constitución de Weimar después de la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial; descomposición política, social y económica que permitió, con la ilusa connivencia de los jueces y sus indulgentes resoluciones, el crecimiento del nacional-socialismo y la instalación de la dictadura.
Desde luego no pretendo comparar al obradorismo con el nazismo, o al morenismo-cuatroteísta con el nacional-socialismo, eso sería caer en la llamada Ley de Godwin que señala que “A medida que una discusión en línea se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno”, enunciado con el que su autor, Mike Godwin, quería señalar que cuando en una discusión alguien alude a Hitler o a los nazis el tema se ha desviado mucho del asunto original distorsionándose la conversación. Por eso insisto, la comparación que quiero hacer acá no es entre la dictadura nazi y el autoritarismo obradorista, sino entre los jueces de lo años previos al ascenso nazi, y los jueces mexicanos de hoy frente al potencial ascenso de un nuevo régimen autoritario.
Bien sabido es, que, durante la República de Weimar, hubo una explosión cultural, artística y científica solo comparable con el renacimiento italiano. Ahí están en literatura y filosofía personajes de la talla de Hermann Hesse, Thomas Mann, Bertolt Brecht y Walter Benjamin; en el arte, los pintores Paul Klee, Kandinsky y Otto Dix, el músico Schönberg, el cineasta Fritz Lang; en ciencia, Albert Einstein, Heisenberg y Max Planck, y en psicología Sigmund Freud. Y si bien las condiciones económicas eran graves debido a las indemnizaciones monetarias impuestas por la cláusula de culpabilidad del Tratado de Versalles, no es fácil explicar cómo un momento histórico de tan enorme esplendor cultural y de avance democrático, terminó permitiendo la llegada de Hitler. ¿Cómo es posible que lo permitieran si ya se conocía perfectamente la agenda autoritaria nazi?
Todo indica que, en aquellos años, los militares, los políticos, y los ciudadanos en general, subestimaron lo que podría ocurrir. Ingenuamente pensaron que ya en el poder, el nacional-socialismo no haría lo que sostenía en el discurso. Y regreso a los jueces. Al menos en dos ocasiones, los jueces tuvieron la oportunidad de frenar el ascenso nazi.
La primera ocasión fue cuando apresan a Hitler por su intento de golpe de Estado de 1923, para luego imponerle una obsequiosa condena de solo cinco años de prisión de los cuales compurgó menos de dos. De habérsele impuesto la sentencia merecida, la historia de Alemania, y del mundo, habría sido muy diferentes.
La segunda ocasión fue cuando el abogado Hans Litten logró llevar a Hitler a juicio para rendir cuentas por los ataques armados de la milicia “Camisas Pardas” pertenecientes al Partido Nazi liderado por él. En esta nueva oportunidad, un juez negligente y omiso, permitió la impunidad del futuro Führer. La benévola resolución solo aupó a la milicia y al propio Hitler. Fue una nueva oportunidad perdida.
Hoy en México los jueces ya dejaron pasar la oportunidad de declarar inválida la elección del 2 de junio. Argumentos los hubo, y a pasto. Los principios democráticos se violaron ostensible y sistemáticamente. Pudieron revivir la figura de la nulidad abstracta. Pero queda otra oportunidad, la de frenar la sobrerrepresentación. ¿Estarán nuestros jueces a la altura de los tiempos, o serán corresponsables del ascenso del autoritarismo como lo fueron los negligentes jueces de Weimar?
Por Marcos Pérez Esquer