La colección Vindictas de la UNAM rescató del olvido la novela La Única, de Guadalupe Marín, originalmente publicada en 1938 pero que en su momento no tuvo la difusión merecida. Estamos ante una obra irreverente, de lectura ágil por su redacción sencilla pero no por ello menos profunda, sentida o coherente, que nos ofrece una singular perspectiva de toda una época en México: la de los años treinta del siglo pasado, a medio camino entre la lucha posrevolucionaria y la segunda gran guerra. Con valores literarios propios, a pesar de los comentarios negativos recibidos en su momento, esta novela integra algunas frases y construcciones realmente hermosas, sobre todo las relativas a la búsqueda existencial y el carácter personal de la autora, así como su visión del entorno cultural de entonces.
Es deleite ir descubriendo en la lectura algunos personajes literarios y culturales históricos de nuestro país, no tan escondidos en otros nombres, así como notar la lectura atenta por parte de Poniatowska para su Dos veces única, así como en Un río, dos riveras de Guadalupe Rivera Marín sobre la vida de su padre. Al inicio, las líneas que describen el interior de Mixcalco 12, predio en cuya planta alta Lupe vivió con Diego Rivera y a donde llegaban a visitar los Contemporáneos, entre ellos Jorge Cuesta (pero que además fue casa de Germán Cueto desde años atrás y se reunían ahí los Estridentistas) son reveladoras.
La obra tiene momentos muy divertidos y otros para una reflexión más profunda: los discursos para leer en el mercado o el zócalo son muy originales, más en el estilo estridentista que contemporáneo; las dos escenas de Chapultepec (los sátiros escondiéndose entre los árboles y la muerte del padre de Marín) son memorables. Sería una obra muy divertida si no hablara sobre el drama vivido en torno al hijo en común de Lupe Marín con el poeta Jorge Cuesta, así como su propia crisis existencial; la mención a Breton y los surrealistas, los diálogos con el guatemalteco Cardoza y Aragón y su amiga “Lola” con opiniones sobre el feminismo, apelando a una libertad sexual y de pensamiento que revelan un pensamiento extraordinario para la época. Sus críticas al intelectual y artista de entonces, así como a los comunistas, son arrojadas, pero también muy lúcidas.
No hay duda que esta obra fue acallada en su momento no por mala calidad sino el malentendido de la autora con Narciso Bassols, entonces secretario de Educación, pero sobre todo y ante su trágico final la manera en que deja mal parado a Jorge Cuesta en su carácter, pasado y preferencias sexuales, tanto suyas como de los Contemporáneos. Aunque en su momento pudo acusarse a Marín y La Única de no tener los recursos literarios suficientes (que sí los tiene) o ser dirigida desde pasiones como el rencor, sin duda es una obra y autora para reivindicar: es justo leerla, citarla, hablar de ella y hacer válida la presencia de su voz y pensamiento en el México de primera mitad del siglo xx.
Los casos de mujeres ensombrecidas por el machismo y “notoriedad” de sus parejas en la literatura mexicana ya son varios, bien paradigmáticos y un tanto vergonzosos: lo mismo Lupe Marín con Jorge Cuesta que Elena Garro con Octavio Paz, Rita Macedo con Carlos Fuentes o la misma Poniatowska con Juan José Arreola, son historias con cierto hilo conductor vivencial, que ante todo llaman a acercarse y reconocer la calidad humana y creativa de ellas, pero también bajar de posibles y avejentados pedestales a quienes no fueron tan bellos en sus acciones como en sus letras, y no por chisme: si vida y obra son indisolubles, éstas son consideraciones necesarias al momento de revalorar el legado e influencia de los santos patronos de nuestra literatura. Y Rulfo seguirá inmaculado.
Por Juan Torres Velázquez
@yotencatl