La nave de los locos

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La respuesta a la locura varía según las épocas. Sólo recientemente ha merecido un interés científico. Tampoco su significado ha sido unívoco. Sin embargo, casi siempre subyuga por su extraña mezcla de terror y fascinación que emplaza la impotencia del conocimiento. La locura perturba ante la imposibilidad de comprenderla. Pero quizás sea esa incomprensión la que genera inevitable atracción. El loco invariablemente ha sido considerado iluminado o endemoniado, profeta o poseído, visionario o criminal. Aristóteles considera el temperamento melancólico inclinado a la locura, capaz de lo mejor y lo peor según la naturaleza de los arrebatos. En Occidente, la psiquiatría apenas se adoptó como disciplina independiente desde hace un par de siglo. Al contrario, la medicina árabe consideró tempranamente la importancia de tratar la locura, fundando un hospital psiquiátrico en Bagdad en 792. Simultáneamente, en Europa se desarrolla la demonología como saber ajustado para la atención de la locura que recetaba invariablemente encierros en lazaretos y prisiones en que el único tratamiento residía en esperar la muerte del enfermo-condenado.

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En este contexto aparece en la Edad Media un motivo que atrae de inmediato la
atención, la nave de los locos o stultifera navis. El arte se vuelca hacia la misteriosa embarcación
que por todo pasaje incluye a enajenados: Melleus Maleficarum o El martillo de las brujas (1486),
escrita por Johan Sprenger y Heinrich Kraemer, sostiene que la locura se debe a la posesión
demoniaca; Sebastian Brant publicó en 1494 el extenso poema satírico Narrenschiff o Stultifera
navis, en que la locura también se asocia con la estupidez y la idiocia. Erasmo de Roterdam no
oculta la influencia de la obra de Brant en Elogio de la locura (1511), donde el narrador es una
alegoría de la locura misma que favorece la crítica de la sociedad contemporánea. Pocos años
antes, con fecha indeterminada alrededor de 1490, el artista flamenco el Bosco pintó La nave de
los locos
o La Nef des fous, metáfora de la humanidad pecadora que se dirige a la muerte al
transgredir los mandatos de Dios. Esta obra exhibe un antecedente del mismo autor, el óleo
Extracción de la piedra de la locura (1475-1480). Hay algo carnavalesco en la alegoría, característico
de este periodo, cuyo objeto es la denuncia de la hipocresía mediante la inversión de los valores
de la moral social. Para el Bosco, razón y locura son estados inseparables con predominio
variable en orden a circunstancias y etapas de vida, sin que ninguno sea necesariamente más
conveniente para el individuo aunque lo sea para la sociedad. En lugar de la enfermedad, el
flamenco subraya la conveniencia como pretexto para un proceso higiénico arbitrario.

El tópico la nave de los locos concentra numerosos asuntos en que unos destacan
sobre otros según la época y la sensibilidad. La angustia de lo desconocido precipita la
morbosidad. De reminiscencias homéricas, el navío gobernado por una tripulación insensata
implica un viaje a ninguna parte, un periplo desorientado y caprichoso cuyo término es la
muerte. Un encierro encerrado con apariencia de libertad que evoca el viaje. Alegoría de la
locura pero también sátira de una sociedad extraviada. Al embarcar a locos, idiotas y tontos, la
comunidad consideraba que se libraba de hombres y mujeres despreciables y prescindibles. El
arte invita a pensar otra cosa, sugiere que los que se quedaban en tierra eran los verdaderos
locos de los que los locos de la nave escapaban. Se aprecia un pesimismo de fondo: tan locos
unos como otros destinados al mismo final irreversible. La sociedad se deshacía de una
cuadrilla de indeseables sin apreciar que era retrato ajustado de la sociedad misma. La exclusión
y la cancelación, no estigmatiza al marginado, sino a quienes las promueven con pretexto del
bien común.

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