La manzana y la mordida

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Ante una manzana en agraz, dorada y espesa, el instinto impulsa a morderla hasta el hueso o,
incluso, hasta la nada. El instinto acciona la mordida para satisfacer el deseo. La mordida es
consecuencia instintiva del deseo incontenido porque el deseo invita al exceso. A la manzana
devorada seguirá otra y otra y luego otra, en un proceso que concluye colmada la apetencia.
Pero hay deseos insaciables, no a propósito para satisfacerse porque su obtención incrementa
la insatisfacción que desata la propensión a seguir mordiendo. La corrupción institucional
expresa la saciedad siempre pospuesta al servicio de la voracidad de los integrantes del aparato.
El Estado es esa gran manzana asediada a mordidas que nunca reduce su tamaño, que está
diseñada en exclusiva para morderse, cuya existencia misma excusa la mordida. El deseo
incolmable aparece ante manzanas inacabables. En El poder corrompe (2019), Gabriel Zaid
consigna que “La corrupción no es una característica desagradable del sistema político
mexicano: es el sistema”. Apenas se repara en que “no es una característica desagradable”, que
implica que está aceptada en la vida cotidiana. La corrupción mexicana no es anomalía, ni
excepción, ni anormalidad, sino normalidad, directriz, naturalidad. La incomodidad que genera
solo vive en palabras. Por eso los casos de corrupción carecen de consecuencias excepto si
interviene el corrupto interés político. La corrupción del poder manipula la corrupción de los
adversarios para pretextar combate a la corrupción.
Inician las campañas que ahora son precampañas a la espera de las precampañas
oficiales. Toda una nomenclatura para disfrazar una ilegalidad admitida por el INE exhibiendo
una actuación corrupta. Se renueva el discurso de siempre con nuevas voces: el combate contra
la corrupción que nadie combate. Los comentaristas políticos acostumbran a formular lugares
comunes que desmiente la memoria. Uno dice que López Obrador accede a la presidencia al
concentrar la decepción social ante la corrupción. En realidad, no hizo otra cosa que lo que
hicieron sus predecesores. Como ellos, una vez en Palacio Nacional se limitó a lo mismo: nada.
En campaña candidatos acusan a candidatos de corruptos y en reciprocidad éstos acusan a
aquéllos de corrupción. A ninguno le falta razón: todos son corruptos porque integran el
sistema. La corrupción afecta a lo político y a lo público.
Se asiste a un cruce de acusaciones sobre plagios de las candidatas de Morena y Frente
Unido. Quienes denuncian, académicos o periodistas, son también corruptos probados y
debidamente acreditados. Argumentan de manera persuasiva, pero carecen de autoridad a
causa de su corrupción indultada según la facción para la que conspiran en otro alarde de
corrupción. El rector de la UNAM interviene de oficio en el plagio de una, pero se abstiene en
el de otra. Reduce a prevaricación “la honestidad e integridad de la Universidad” que ya solo
opera como confesión de parte. López Obrador proclama que ya se acabó la corrupción y
Enrique Graue también.

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