La madeja y el latón, Mario Vargas Llosa y Enrique Krauze

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La palabra liberal en español es uso viejo. Pero que sea añejo no implica que carezca en la actualidad de prestigio olvidando su origen que se remonta a la Escuela de Salamanca (siglo XVI). Mucho debe esta reputación en el ámbito hispanoamericano al quehacer intelectual de Mario Vargas Llosa y de Enrique Krauze. Con todo, el ideario de uno y otro no es equiparable y, en ocasiones, ni siquiera próximo.

La adhesión al liberalismo en cada caso resultó de circunstancias y de decisiones personales que desbrozaron sendas distintas y aun opuestas. No comparten el mismo liberalismo, ni lo defienden de la misma manera. Previsible, el liberalismo no se presta puesto que se trata de una doctrina con más preguntas que respuestas al servicio del individuo. Más cerca del ideario anglosajón Krauze, el europeísmo del de Vargas Llosa es indiscutible.

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Esta diferencia se antoja fundamental y se advierte no ya en sus ensayos y textos, sino en la manera de asumirse. El peruano es un animal intelectual, atento a lo que le rodea, devorador de ideas a condición de descifrar el presente ante el que se planta de cuerpo entero. El talante del mexicano aparenta un sosiego o una distancia frente a la actualidad que se advierte en un ánimo reconcentrado, hasta cierto punto ensimismado, que oculta cierta desconfianza o prevención. Vargas Llosa utiliza el pensamiento para traspasar la actualidad mientras que Krauze prefiere administrar el pasado para alumbrar el presente. Si el primero es inventor; el segundo, albacea.

Esta manera de relacionarse con el conocimiento y de vincularlo con la vida se traduce igualmente en el liberalismo adoptado por cada uno. Combativo el peruano, conciliador el mexicano. La beligerancia intelectual de Vargas Llosa mucho debe a su biografía así como a la suya la moderación de Krauze. El peruano es excepción en Hispanoamérica, a diferencia de Enrique Krauze que no deja de ser resultado del México de los años sesenta.

El primero hubiera podido nacer en cualquier geografía, el segundo sólo en México. Estas características iluminan otras: Vargas Llosa es un intelectual universal; Krauze, nacional. Una parte sustancial del pensamiento del autor de La ciudad y los perros prescinde del Perú, algo que no sucede en el caso del autor de Travesía liberal, para quien su país es casi siempre el objeto preferente.

Tal extremosidad introduce igualmente diferencias a la hora de entender el sentido de su liberalismo. La distinción la sugiere con naturalidad Krauze en la colaboración “Vida en libertad”, publicada en el diario El País, el 25 de marzo de 2017: “Si Vargas Llosa solo hubiera dado sus novelas y sus monografías y no hubiera escrito ensayos, reportajes o artículos, nos bastaría. Pero ocurre que también nos ha dado (y sigue dando) una obra vasta y aguda en esos géneros. Sus ensayos no son académicos ni teóricos: son ensayos narrados, llenos de color y vivacidad. Y de combatividad moral”.

Octavio Paz dedica unas palabras a Sor Juana Inés de la Cruz, que operan como trasfondo a las de Krauze, y que bien hubiera podido firmarlas de Mario Vargas Llosa: “Su sed de conocimiento no está reñida con la ironía y la versatilidad y en otros tiempos hubiera escrito ensayos y críticas. Así, no vive para una idea ni crea ideas nuevas: vive las ideas, que son su atmósfera y su alimento natural. Es una intelectual: una conciencia”. Vargas Llosa es un liberal que actúa como liberal. Enrique Krauze un autor que se dice liberal y que profesa un liberalismo con reticencias y a conveniencia.

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