La democracia estigmatizada

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En una semana ha habido elecciones significativas en México y en Europa cuyos resultados han sido cuestionados en nombre de la democracia. El caso de México es irrelevante ante la victoria indiscutible de Claudia Sheinbaum que de todas maneras ha sido discutida. Objetar ese triunfo es objetar la democracia misma. Más interesante es el auge de los partidos de derecha en el Parlamento Europeo.

Hasta ahora, el Partido Popular Europeo (PPE), el Partido Socialista de Europa (PSE) y el Partido Liberal Europeo (PLE) han establecido las directrices políticas sin apenas oposición: aceptación de la Agenda 2030, tolerancia ante la migración ilegal a la que se atribuye el aumento de violencia en las calles, indiferencia frente a la islamización, desmantelamiento del sector primario en los países mediterráneos, planificación familiar, imposición del lenguaje inclusivo ampliamente rechazado por la sociedad, exceso de burocratización que restringe la competitividad de los productos.

Acostumbrados a gobernar a placer, PPE, PSE y PLE advierten con temor la amenaza representada por el francés Agrupación Nacional, el español Vox, Hermanos de Italia o Alternativa para Alemania. Conocidos los resultados, los partidos mayoritarios del Parlamento Europeo han alertado el incremento del ultraderechismo. En rigor, a excepción de Alternativa para Alemania próximo a aspectos del ideario nacionalsocialista, otras formaciones son exclusivamente conservadoras, a la derecha del moderado Partido Popular Europeo, pero sin llegar al extremismo de Alternativa para Alemania del que se han deslindado.

            Al calificar a estos partidos de ultraderecha, la confusión impide un análisis ajustado de propuestas e idearios. Se les estigmatiza por considerarlos enemigos de Europa, cuando en realidad se oponen a esta Europa dirigida por el PPE, PSE y PLE. Quieren otra Europa posible, tan legítima como la defendida por los partidos mayoritarios. Que se opongan al statu quo no implica que nieguen la importancia de Europa, ni mucho menos que procuren su desaparición. A diferencia de las formaciones hegemónicas, escuchan a la gente y se interesan por sus inquietudes.

El incremento significativo de adhesiones no se debe a que hayan apuntado a los ciudadanos con una pistola en el momento de votar, sino a que los ciudadanos los consideran plataformas idóneas para que se escuchen sus reclamaciones en lugar de silenciarse como hasta ahora. Los ciudadanos han optado por votar a estos partidos conservadores en detrimento de los mayoritarios en un ejercicio de libertad. La papeleta introducida en la urna en apoyo de Hermanos de Italia es tan democrática como la que favorece al partido socialdemócrata alemán.

            La democracia no está en juego en Europa. El cambio de tendencia no es amenaza sino su confirmación. Los ciudadanos cuestionan las políticas de la Comisión y el Parlamento Europeo, no los partidos que operan de intermediarios en que resuena la voz de aquellos. El escepticismo no reside en las formaciones políticas, sino en sus votantes. La migración y la islamización son preocupaciones reales desatendidas sistemáticamente por las instituciones europeas. El acoso a la identidad de la cultura judeo-cristiana ya no es aceptado pese a que las autoridades se hacen de la vista gorda. En las recientes elecciones, ganó la democracia plural y diversa. Europa está cambiando porque sus políticas son ajenas a intereses y preocupaciones ciudadanos. PPE, PSE y PLE se han transformado en aparatos de poder alejados de los europeos cada vez más burocratizados, cada vez menos democráticos.           

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