No es infrecuente que algunos artistas despierten más curiosidad por circunstancias biográficas o caprichos de la posteridad que por su obra. Oskar Kokoschka (1886-1980), expresionista austriaco, mantuvo una relación enajenada con la viuda del compositor Gustav Mahler, Alma (1879-1964). Ese maridaje es historia de una obsesión saldada con trifulcas exacerbadas y sonoras disputas. La pareja se conoció en Viena en 1912, un año después de la muerte del músico. Se hicieron amantes de inmediato. Kokoschka transformó a velocidad el arrobo en patología. Dirigía sus celos no sólo hacia cualquiera que se acercara a Alma, sino también a su primer marido. Estando embarazada, en una de sus frecuentes disputas, el artista le espetó que el hijo que esperaba seguramente guardaría parecido con el fallecido Gustav. Poco después la mujer abortó en una clínica vienesa. Tras años de turbulencias (1912-1915), la Mahler lo abandonó dando un portazo. A inicio de la Gran Guerra, Oskar se alistó en el ejército del káiser Guillermo II, siendo herido en uno de los primeros combates. Tras larga convalecencia le informaron que Alma había contraído nupcias con Walter Gropius, iniciador de la Bauhaus. La nueva situación de su antigua amante no impidió que la acosara. El expresionista no se desalentó ante la indiferencia con que era correspondido, a la vez que padecía frecuentes delirios en que se le aparecía el fantasma de Alma.
Después de visitar una exposición en 1918 donde la artesana Hermine Moos exponía sus muñecas, tuvo la ocurrencia espectral de encargarle la confección de una de tamaño real a imagen de Alma Mahler. En opinión de Mario Praz, las cartas de Kokoschka dirigidas a Moss que indican cómo debía de ser el artefacto “contienen las más desequilibradas páginas que se conozcan en el epistolario del artista”. Las precisiones llegan a consignar que “las parties honteuses deben estar realizadas íntegramente y deben ser voluptuosas y recubiertas de vello, sino no sería una mujer, sino un monstruo”. A pesar del decepcionante resultado, agasajó a la compañera recién desembalada: diariamente la aseaba y vestía, la sentaba a la mesa a la hora de comer, le leía en voz alta a media tarde, compartían paseos e idas a la ópera. Un día cualquiera, sin motivo aparente, Kokoschka dio portazo al artefacto como el que había recibido años atrás. Hay quien asegura que la asesinó en un arrebato de celos después de que unos amigos, estando el artista ausente de casa, pasaran con la muñeca una noche de fiesta.
Oskar Kokoschka firmó numerosas obras inspiradas en Alma Mahler. Sobresale el óleo La diosa del aire (1914), también conocido como La novia del viento o La tormenta, ejecutado en medio de la convivencia colérica. El cuadro representa a la pareja después de haber hecho el amor: el pintor con mirada ausente yace en una cama acompañado por la mujer, dormida sobre el costado derecho, apoyando la cabeza en el hombro izquierdo del artista. Plastas de óleo privilegian tonos azules salpicados con blancos, verdes, rojos, blancos, anaranjados, adoptando figuras curvas y circulares que rebosan el conjunto. Un vendaval inclemente y opresivo preside la pasión ultimada de los amantes.