José Guerrero en la Escuela de Nueva York

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Lo extraordinario casi siempre es ordinario apareciendo de manera impensada, desafiando lo probable, derrotando lo previsible. En arte, donde el talento se abre camino contra los obstáculos del camino, se aprecia singularmente la capacidad para imponerse sobre todo tipo de impedimentos y adversidades. La historia del español José Guerrero (1914-1991) es la historia del azar al servicio del destino. Nacido en una humilde familia de Granada, en que inició sus estudios de arte, se trasladó a la Escuela de Artes de San Fernando terminada la guerra civil. Recibió una beca para seguir su formación en l’École des Beaux Arts de París.

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En la ciudad del Sena conoce la vanguardia europea del momento, relacionándose con los españoles Pablo Picasso, Juan Gris y Joan Miró. Le impacta la obra de Matisse. En 1949 contrae matrimonio con la norteamericana Roxane Whittier Pollok quien le presenta a los expresionistas abstractos Mark Rothko, Franz Kline y Robert Motherwell. La pareja se muda a Nueva York en donde el artista se familiariza con la técnica del grabado bajo el magisterio de Stanley William Hayter en el Atelier 17. Una muestra en el Art Club of Chicago da a conocer su obra apegada a la estética de la Escuela de Nueva York. A partir de ese momento, su itinerario se asocia al expresionismo.

            Los tanteos parisinos operaron para una indagación estética que José Guerrero concluye al conocer el expresionismo abstracto según él mismo recuerda: “Recuerdo el shock que me produjo la primera exposición de Pollock, las exposiciones que se iban sucediendo. Era como ir ardiendo interiormente. Un fuego que me iba estimulando a pintar”.

El estremecimiento interior fue constante durante este periodo siempre frente a obras expresionistas, “obras tan nuevas como jamás había visto yo en Europa”. Este aprendizaje definió sus técnicas artísticas: “Para pintar, suelo trabajar con ocho o diez telas a la vez. Las pongo en el suelo, les echo mucho aguarrás y después las levanto y las pongo en la pared. Echo los tarros de color como una primera mano: es el intento de color. Llego al estudio y miro las telas; no subo a pintar sino a observarlas. Veo entonces que hay que hacer algo en ellas, y eso es lo que me interesa. Observo la relación entre ellas porque hay una unidad bastante grande. Me planteo, por ejemplo, un cuadro con tres colores, o verde o rojo”. A inicios de los años sesenta comienza a titular sus obras en español y emprende un paulatino regreso a su país en donde terminará por involucrarse e impulsar diferentes actividades y fundaciones relacionadas con el arte.

            Los inicios artísticos de Guerrero se asocian con el figurativismo que abandona definitivamente al contacto con la vanguardia parisina y en la que evoluciona ya integrado en el expresionismo de la Escuela de Nueva York. La técnica que aplica en este periodo se distingue en derramar plastas de color sobre la superficie pictórica, que recuerda a la pintura gestual y, por momentos, exhibe su gusto por la pintura mural. Entre sus obras destacan Composition (1963), Andalucía aparición (1964), En la casa de Velázquez (1971), Fosforescencias (1971). En José Guerrero, el talento atrae al azar mediante episodios que completan un destino ni siquiera sospechado en esa infancia a los pies del Albaicín. 

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