Il Carcieri, hoy

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La historia de la humanidad es historia trágica de la libertad. Se asume como valor dado sin considerar amenazas permanentes. El combate a esas coacciones escribe la historia. En la actualidad, la libertad retrocede ante el ímpetu del progresismo a riesgo de desaparecer o de recluirse. El encierro representa la privación de libertad y nada expresa mejor el encierro que la cárcel, distintivo de violencia física y moral. El pintor italiano Giovanni Battista Piranesi (1720-1778) es caso raro en el arte de su siglo. Autor de Grotteschi (1750) y Carcieri (1761), sitúa lo extraño en el centro de su propuesta artística. La modernidad rehabilita una estética poblada de individuos extraviados entre enormes muros derruidos y mordidos por la hiedra.

Es evidente la deuda de Carcieri con modelos del clasicismo, pero la novedad reside en introducir la distorsión y la disparidad de figuras humanas en medio de agigantados elementos arquitectónicos. Esta desproporción sugiere la imposibilidad de evasión, el sometimiento del hombre al entorno que él mismo ha construido, la irracionalidad de su empresa bajo pretexto racional. Las Carcieri estimulan la reflexión sobre lo oculto de la conciencia o del subconsciente entonces apenas intuido pero que ya comenzaba a intrigar. Estéticamente, las diecisiete planchas de gran formato estaban alentadas sobre una variación creativa monumental en deuda con la escenografía arquitectónica de índole académica. Esta tensión entre tema y forma, enajenación y predominio de rectas, locura y cuadrícula, subraya el sinsentido del hombre acosado y confinado en Las Cárceles imaginarias. La razón aparece como facultad antagonista del ser humano. El vocablo “imaginarias” es significativo. Sobresalen extravagancias y caprichos de la imaginación inseparables de seres deformados, objetos monstruosos y materiales bizarros. La figura humana se advierte a lo lejos, menor, apenas apuntada, limitada a rápido bosquejo o trazo desatendido. Amplias ruinas fuera de proporción albergan siluetas sin opción de evadirse. Laberintos más que prisiones, ornamentados mediante poleas y cuerdas, argollas y cabos, que descienden hasta el suelo, como jungla de piedras y sogas en que pedazos de vigas asoman sin sentido ni significado. Una maraña de escaleras, arcos y bóvedas obligan al espectador a detenerse en trazos, líneas y curvas. Siguiendo la técnica de la fenestra aperta, un arco se asoma a otro arco, una bóveda franquea otra bóveda, comunicados mediante sucesión infinita de escaleras interrumpidas. Una atmósfera espesa y opresiva colma el espacio físico hasta volverlo inhabitable.

El hombre ha construido su propia cárcel apostando en exclusiva a la geometría de la razón y abandonándose al devastador paso del tiempo. Ha entregado la libertad a cambio de su trampantojo. Piranesi es un ojo visionario al que la modernidad reivindica. Sus aguafuertes invitan a pensar que el sentido de la libertad no obedece a la receta de determinado ideario que conspira para abolirla en nombre de la libertad.

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