A priori los géneros literarios son avenidas a disposición del escritor por las que circula la
escritura de manera convenida. Los cauces se respetaron casi siempre en etapas clasicistas,
apegadas a la razón, administradas por preceptivas y artes poéticas que consignaban lo que era
propiamente la literatura. En realidad, nadie sabe qué es la literatura y por tanto la distinción
entre géneros literarios resulta periódica. El escepticismo hacia los cauces establecidos por las
poéticas se incrementa en periodos románticos, en que predomina la subjetividad y la
exaltación del yo se impone. En la actualidad, los límites entre géneros han desaparecido en
una mezcla plena cuyo origen cabe situar a finales del siglo XVIII, coincidiendo con el
prerromanticismo. Desde entonces, el autor violenta las fronteras a veces impulsado por la
ambición de ofrecer algo originario que ilustra antes su genio que la capacidad de adaptación
de la literatura a nuevas sensibilidades. Se antoja evidente esta voluntad de borrar el pasado a la
búsqueda de un presente inédito que inaugure un futuro sin memoria una vez irrumpe la
modernidad. El ensayo es quizás el género más ajustado al espíritu moderno, precisamente por
esa capacidad para adquirir diferentes formas sin traicionarse. Alfonso Reyes lo llama “el
centauro de los géneros”, afortunado hallazgo que sin embargo tampoco da cuenta de todas
sus posibilidades. A primera vista, el ensayo se realiza en múltiples realizaciones. Todas son
ensayo pero ninguna agota el sentido de ensayo. La idea de ensayo es plural y diversa, y esta
pluralidad y diversidad es intrínseca a la idea misma de ensayo.
Se aprecian ensayos académicos que en la actualidad son ejercicios escolares, sometidos
a recetas rigurosas en la gran cocina de diseño que destierra la creatividad a condición de una
docilidad intolerable premiada con la consiguiente publicación en una revista de prestigio.
También existen ensayos narrativos y dramáticos sobre asuntos presentes o pasados o futuros.
Ensayo se califica a una colaboración periodística algo extensa. Ensayo puede ser cualquier
prosa, incluso se habla de novela ensayística. La lengua española se prodiga en ensayistas que
se sitúan en la tradición de Michel de Montaigne, Samuel Johnson, Blanco White. La nómina
es amplia y heterogénea: Alfonso Reyes, Antonio Caso, Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas,
Jorge Guillén, Luis Cernuda, Jorge Luis Borges, Octavio Paz, Juan García Ponce, Tomás
Segovia. Autores que representan movimientos y tendencias, integrantes de grupos y
generaciones. En cada caso, la propuesta es singular e intransferible debido a esa identificación
entre autor y escritura en que la escritura es el temperamento mismo del autor.
La escritura ensayística no es meramente informativa, es sobre todo literaria, al servicio
no de la idea sino de alumbrar la idea que opera como pretexto. Un ensayo es dar a luz. A
veces fluye como corriente de un río entre contracorrientes, remansos, recodos, caletas,
meandros. Matices de sentido lo gobiernan en que lo relevante es el matiz de la idea y no el
sentido de una vez al completo. El ensayo invita a la indagación de significados mediante un
ritmo demorado que descansa en una sintaxis que va y viene, se fuga y regresa, ampliando
siempre el sentido aunque el sentido no lo permita, desafiando los límites de la lengua hasta
topar con el silencio. El ensayo verdadero conquista ámbitos de silencio no para volverlos
palabra sino para dotarlos de sentido. Entre los géneros, quizás sea el único verdaderamente
ensimismado, absorto en el lenguaje, al servicio exclusivo de la lengua cohesionada por la idea
que justifica la escritura en proceso de alumbramiento.