Sedicentes intelectuales y conspicuos periodistas circularon recientemente un manifiesto
—otro manifiesto—, en que reclaman a los medios de información equidad en la cobertura de
los candidatos. Cuarentaiséis ciudadanos animosos estampan nombre y apellido al calce. Los
mismos cuarentaiséis que han firmado todos los pliegos y cartas publicados durante este
sexenio a los que se agregaban otros tantos ausentes en esta ocasión. El frenesí por los
manifiestos se adoptó como principalísima actividad de estos ciudadanos comprometidos en
los primeros años del sexenio. Luego, ante los efectos de sus sonoras reclamaciones, se dieron
un respiro. Ya se les echaba de menos. Cabe inscribir esta nueva y temeraria acción dentro del
cúmulo de actuaciones que han encabezado siempre en defensa de la libertad y la igualdad.
Derruidas instituciones, eliminados contrapesos, censuradas voces críticas, la pervivencia de la
democracia mexicana descansa en exclusiva sobre los hombros de la esforzada patulea.
Apremia elogiar la defensa acérrima de Enrique Krauze en Madrid a condición de callar en
México, las sátiras de ciudadano Sheridan escritas desde Austin, los grititos histéricos de
Héctor Aguilar Camín en los estudios de Televisa, los agudos comentarios de Julio Frenk en
Miami, la nada de Malva Flores en Xalapa excepto su agradecimiento cada vez que recoge un
premio debidamente negociado, las crudas crónicas de Héctor de Mauleón idénticas a las que
escribía antes de 2018 pero ahora con corrosiva intención crítica. En realidad, hubiera bastado
con firmar Letras Libres y Nexos y, en todo caso, Es la hora de opinar. Pero a los firmantes les
pareció escasamente intimidatorio. El reclamo es demasiado gordo como para que recaiga
únicamente en dos revistas de amplia difusión que los mexicanos se quitan de las manos.
Debieron pensar, mejor ir en bola, expresión mexicanísima de la bravura nacional. La
bola es una estrategia en que la responsabilidad personal se diluye en el grupo, una manera de
dar la cara sin acaparar la atención, un aparecer sin exponerse. Disipa el temor a ser tocado
pero con reticencias. La bola no es multitud, ni masa, ni muchedumbre, pero es igual de
despreocupada que la multitud, la masa y la muchedumbre. Se antoja estrategia preferente de
los adictos al bully porque en su elitismo es más manipulable. El matón que convoca a su
pandilla para acosar a un compañero que al temor añade la orfandad de la exclusión del grupo.
Claro, resulta improbable que el reclamo a los medios de comunicación tenga consecuencias y
que atraiga la curiosidad anecdótica de López Obrador. Más interesante parece preguntarse
sobre la causa del repentino interés en reclamar igualdad de trato a los candidatos por parte de
los medios. En las elecciones de 2012, siendo puntero en las encuestas Enrique Peña Nieto y
estando los medios volcados en su candidatura, ninguno de estos temerarios defensores de la
libertad firmó ninguna carta, ni mucho menos un manifiesto, reivindicando esa equidad en
estos momentos perentoria. No disertaban acerca de la democracia mexicana desde el
extranjero, lo hacían en suelo patrio. Quizás ha cambiado que entonces sus empresas
editoriales recibían pródigo financiamiento del gobierno y hoy no, por lo que hoy es imperioso
defender la misma democracia de entonces de los actuales enemigos de la democracia que no
las subsidian.
Firmada por una mayoría de individuos desprovistos de autoridad, carentes de
integridad, acostumbrados a traficar de espaldas a la ciudadanía, la carta-manifiesto es
testamento de una bola inofensiva y pueril que hizo de la democracia un risueño mercado a su
servicio. Este sexenio es una tragedia para el país. Pero de lo recuperable, hay que subrayar la
marginalidad a la que han sido confinados estos sujetos de ideas cortas, voz engolada y manos
largas.