La recurrencia de temas y asuntos no necesariamente es indicativa de su importancia para la literatura y el arte. No pocas veces volver una y otra vez sobre el mismo tema o asunto termina por lexicalizarlo, por reducirlo a lugar común, por desplazarlo a la irrelevancia. Se aprecia esta degradación en epígonos de movimientos y tendencias artísticas que si aportan algo lo hacen al margen de la voluntad del autor, como resultado del azar y lo fortuito. Sucede que estos aportes, involuntarios e impremeditados, operan como factores que impulsan luego una innovación. La voluntad del epígono no es la búsqueda de la novedad sino la fidelidad al modelo al que considera expresión genuina de determinada manifestación artística. La tradición acostumbra a desechar este tipo de obras excepto si impulsan otras propuestas. Ocurre también que hay temas poco frecuentados pero significativos para la cultura. Asuntos discretos cuya relevancia la aprecian algunos espíritus que los retoman en cada periodo aunque sólo sea para corroborar su vigencia para una minoría. Xavier de Maistre (1763-1852) se sitúa en esta tradición de escritores insólitos con Voyage autour de ma chambre o Viaje alrededor de mi habitación, publicado en 1794. El volumen tuvo una continuidad en 1825 con Expedición nocturna alrededor de mi habitación.
El ensayo es una fina parodia de los libros de viaje. La anécdota que anima el texto es casi anodina. Un oficial recluido durante cuarenta y dos días en su habitación decide emprender un viaje a través de pensamientos, sentimientos, objetos y enseres a diario manoseados, frente a los que se planta como si fuera la primera vez. Lo familiar se vuelve extraño; lo vecinal, ajeno; lo próximo, desconocido. Viaje alrededor de mi habitación sobrepone la subjetividad a la realidad, en un ejercicio muy romántico en que la ironía opera como recurso epistemológico. Ese periplo íntimo es elogio de la libertad que el autor descubre en su exilio interior: “El placer que uno siente viajando por su habitación está libre de la envidia inquieta de los hombres; es independiente de la forma”. El primer hallazgo es la bondad del apartamiento a diferencia de los riesgos de la exposición pública; el segundo, el abandono de la farsa de la apariencia al servicio exclusivo de la aceptación social. Entre cuatro paredes, Maistre mira para mirarse, delegando en la fantasía la posibilidad de moldear nuevos mundos a partir de lo viejo. Comienza el ensayo con una ingenua apología del viaje inmóvil: “Ya no tendrán que temer las inclemencias del aire y de las estaciones. Para los cobardes, estarán al abrigo de los ladrones; no encontrarán precipicios ni barrancos. Miles de personas que no habían osado antes de mí, otras que no habían podido, y finalmente otras que no habían soñado con viajar, van a animarse a seguir mi ejemplo”.
El francés dotaba de relativo sentido al verso del clérigo François Fénelon: “Hay que ir al fondo de uno mismo para encontrarse”. El viaje inmóvil irrumpe como motivo artístico y literario, pretexto para un periplo ensimismado y ausente, pero también excusa para perderse y extraviarse. Maistre levanta su cartografía privada a la vez que ofrece implícitamente las posibilidades infinitas de viajar sin abrir la puerta de la recámara.