El “primer Zaldívar” y el “segundo Zaldívar”

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En la academia es común que la obra de algunos autores se clasifique por etapas, en especial cuando hay importantes cambios en su forma de pensar. Así por ejemplo, se habla del Platón joven que escribió La República, y del Platón viejo de Las Leyes; o el “Rousseau temprano”, de los dos discursos, y el “Rousseau tardío”, del Contrato Social, y el Emilio; hay quienes encuentran también un primer Nietzsche y un segundo Nietzsche; un Heidegger temprano, y un Heidegger tardío, y ni se diga el “primer Wittgenstein”, y el “segundo Wittgenstein” que es quizá el caso más emblemático de este tipo de dualidad con la que se explican los cambios significativos en las ideas y posturas de algunos pensadores a lo largo de sus vidas, a grado que pueden resultar incluso contradictorias. En el caso de Platón, por ejemplo, siendo joven escribe en La República que la cabeza de la misma debe ser el filósofo-gobernante, y siendo ya viejo, cambia de opinión, y en Las Leyes señala que no puede existir tal personaje dechado de virtud como lo sería el filosofo-gobernante, y lo sustituye por la ley, como cabeza de la república.

Pues bien, en analogía -y guardada toda proporción-, ante el cambio tan significativo en la forma de pensar y en las posturas del ministro Arturo Zaldívar a lo largo de su gestión de 14 años en la Suprema Corte, podríamos pensar en la existencia de un “primer Zaldívar”, y un “segundo Zaldívar”.

El “primer Zaldívar” es por demás plausible y hasta admirable. Me refiero a aquel que dio eficacia a la reforma de derechos humanos de 2011, impulsando criterios que dieron vida a nociones como el “bloque de constitucionalidad”, la “interpretación conforme”, las doctrinas del “derecho al libre desarrollo de la personalidad” y del “efecto corruptor”, y que fijó los contornos del “principio pro persona”.

Estos criterios, se desdoblaron en múltiples resoluciones concretas que permitieron proteger una gran diversidad de derechos y libertades, en especial, los llamados derechos económicos, sociales, culturales y ambientales (DESCA), pero también derechos en materia de igualdad y no discriminación.

Curiosamente, lo que más se le reconoce a Zaldívar en la opinión pública, es su impulso a la reforma judicial de 2021, que, siendo interesante, palidece frente a la relevancia de los criterios jurisdiccionales mencionados. Más allá de que, caso por caso, podamos estar o no de acuerdo con sus fallos, el efecto transformador que esas sentencias han tenido para la sociedad mexicana, es innegable.

Pero viene luego el “segundo Zaldívar”, el que da al traste con el prestigio acumulado, plegándose a los designios del actual titular del Ejecutivo, incluso desde que era presidente electo, cuando decidió sumar a su equipo cercano a personajes cercanos a López Obrador. Pero sobre todo, cuando estuvo dispuesto a emitir votos inexplicablemente favorables al gobierno, como cuando operó, incluso con marrullerías, que no se declarara inconstitucional la reforma evidentemente inconstitucional de la ley eléctrica; o cuando se opuso a declarar la inconstitucionalidad de la figura de la prisión preventiva oficiosa, así considerada ya por la Corte Interamericana de Derechos Humanos; o cuando aprobó la consulta popular para enjuiciar a los ex presidentes, o bien, cuando avaló la adscripción de la Guardia Nacional a la SEDENA.

Todo esto, lastimó la independencia judicial y lo colocó como un político con toga, pero con su renuncia, abrió nuevos cuestionamientos:

1) El hecho de que, con toda desfachatez se subordine a un proyecto partidista, renunciando a su cargo para sumarse a una campaña electoral, lo coloca como todo lo contrario a lo que debería ser: el juez imparcial que dirime controversias entre poderes, y defiende a la gente frente a las arbitrariedades del poder.

2) Es verdad que a nadie se le puede obligar a seguir desempeñando un trabajo en el que ya no quiere estar, pero para la procedencia de la renuncia de un ministro la Constitución exige que haya causa grave, y él solo expresa motivos personales, aspiraciones políticas.

3) Renunciar cuando le queda poco más de un año de gestión, implica dejarle al actual Ejecutivo, la posibilidad de sustituirlo con alguno de sus incondicionales, ¡por 15 años! Esto debería ser decisión del próximo titular del Ejecutivo, sea Sheinbaum o sea Xóchitl.

En fin, me quedo con el “primer Zaldívar”, el que aportó tan valiosas cosas a la vida pública de México, y deploro al “segundo Zaldívar”, el que se subyugó.

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