Editorial. Mes patrio, gastronomía nacional

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Apenas quedan unos días para el Grito, pero hace otros tanto que inició el mes patrio. México se engalana como en ningún otro periodo del año. Un estallido de colores acompaña el día a día. La alegría se palpa en cada rincón, calle y plaza de pueblos y ciudades. Mejora el estado de ánimo, las risas se multiplican, el buen humor se aprecia. El bullicio callejero se transforma en explosión. Muestras y ferias recorren la geografía nacional llevando novedades y atracciones. El ruido se eleva por encima de lo habitual que no es poco porque México es un país ruidoso. Ayuntamientos y presidencias municipales se esmeran en adornarse como ofrenda a la despreocupada ciudadanía. Durante estas jornadas el mexicano se reconoce en sus semejantes mediante una reciprocidad que algo tiene de familiar. El mexicano se homenajea durante estos treinta días: homenaje a su presente y su pasado, a su historia y su tradición. De muchas maneras la tradición exhibe su autoridad en la vida cotidiana, su discreta pero decisiva presencia, su eficaz administración de gustos y atmósferas desapercibidas muchas veces. México es nación de tradiciones hasta el punto de que en la tradición perdura el nacionalismo. Las banderas patrias ondean al viento en balcones y coches, ventanas y camiones. El águila y la serpiente vuelven a danzar con renovado vigor. Se anuncian espectáculos y festivales en cada zócalo, en cada cabecera municipal, en cada villa. Septiembre es un mes autónomo, separado de los restantes, disgregado del resto del año. Un lapso independiente al servicio de sí mismo. Con septiembre también se inaugura el rosario de fiestas que concluye en fin de año. Mes ensimismado, vuelto sobre sus días exactos, pero también pistoletazo de salida. 

Entusiasmo desbordado que se acompaña de rica experiencia culinaria. Platillos de siempre se suceden como si fuera la primera vez: chiles en nogada, pambazos de papa y chorizo, quesadillas de flor de calabaza, tamal de dulce tricolor, huaraches al pastor, pozole de puerco, agua de tamarindo, mole negro con arroz rojo, tinga de pollo con chile chipotle, enchiladas verdes, menudo casero, pozole verde, chicharrón de cerdo en salsa verde, cochinita pibil, queso con rajas, gorditas de frijoles. Variada oferta al servicio de olores y sabores que despierta el recuerdo de la infancia o presente puro sobre el que se levantará la memoria en el futuro. Platillos que también constituyen el ser del mexicano. Para la degustación no es necesario reservar mesa en restaurantes reconocidos o sentarse en fondas de postín. Los paladares disfrutan igual en puestos callejeros, en locales de comidas corridas, en esas cantinas cada vez menos frecuentes que acompañan los tragos, tequila o mezcal de preferencia, con platillos para mitigar los efectos del alcohol. 

Septiembre agasaja la vista, el olfato, el gusto; fomenta la camaradería y estrecha lazos familiares; actualiza la tradición para que siga siendo siempre presente.   

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