Editorial. Inician las municipales

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La vorágine electoral desde hace meses pasa por alto otras elecciones tan decisivas como las presidenciales o las dirigidas a elegir diputados y senadores. En apariencia pueden resultar menos significativas, pero para el ciudadano son determinantes. No es ya optar por quien se siente en la silla del águila, en un escaño o en una curul. Resulta el voto de la figura pública más cercana al ciudadano, aquel que realmente puede mejorar sus condiciones inmediatas de vida, de quien puede trazar un alumbrado público eficiente, de quien se encarga de que se recoja sistemáticamente la basura, de quien administra espacios públicos para embellecerlos y ponerlos a disposición de paseantes, curiosos y turistas, de quien baja los impuestos sin merma del servicio público.

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Las elecciones locales son en términos de cotidianidad las más importantes. Desde Palacio Nacional está muy bien hablar de seguridad o de inseguridad pero donde se vive esa seguridad o inseguridad es en las calles y plazas de pueblos y ciudades. La elección es tan decisiva que si el gobierno federal y gubernamental es inoperante, la alcaldía puede mitigar todas esas deficiencias. Un buen alcalde, una buena presidenta municipal solucionan las preocupaciones verdaderas del día a día. Esa elección no es una elección cualquiera. Al candidato hay que exigirle honestidad en el uso de los recursos públicos ahora que se prevé una austeridad mayor a la experimentada en que escaseará el presupuesto; inteligencia a la hora de priorizar las necesidades de colonias y asentamientos; equidad para que los grupos acostumbrados a abusar del poder y de obras públicas se comporten con decencia y honradez; compromisos colectivos para sacar adelante proyectos que beneficien a todos.

            Las elecciones locales no pueden ser años perdidos como con frecuencia sucede. No pueden convertirse en botín de los vencedores que nada más ganar se suben el sueldo. No pueden sustentarse en componendas con amigos y grupos de interés que relegan al ciudadano a la nada una vez que deposita el voto en la urna. En realidad, no es tan relevante el partido o coalición en la que militan los candidatos, sino la confianza que son capaces de transmitir a la ciudadanía, el prestigio bien ganado con trabajo y esfuerzo, la generosidad suficientemente demostrada para que el presupuesto público no se convierta en rehén del nuevo alcalde y sus regidores. Las presidencias municipales son la piedra de toque por el que se construye el buen gobierno en que los ciudadanos pueden confiar.

            Estas lecciones están marcadas por la polarización. Convendría que en las municipales y locales se rebajara el nivel de enfrentamiento y de descalificación. Convendría que el servicio a los demás se pusiera por encima de todo. Convendría que candidatos probados en su gestión en el servicio público se hicieran con esas representaciones. Nadie sabe qué puede pasar después de las presidenciales, pero sí se sabe quién puede gobernar mejor determinado municipio. Las amenazas no son menores, comenzando por el crimen organizado. Pero los municipios de México necesitan buenos gobiernos para que los mexicanos vivan mejor, menos enfrentados, en la tan necesaria e impostergable concordia.     

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