La política es una actividad noble que no implica nobleza en los políticos. Hay quien ejerce con generosidad el cargo público, pero también quien lo manipula hasta pervertirlo. Cuanto más alto es el rango de poder más complicado se antoja privilegiar el interés común por encima del particular. Cuanto menor en importancia es el cargo más complicado parece mostrar independencia respecto de los dirigentes del partido que han dado esa oportunidad.
La política mexicana adolece de dos defectos que se extiende a la práctica profesional y social en todas las áreas: servilismo y clientelismo. La servidumbre del que busca retener el cargo una vez lo ha conseguido prescindiendo de lo conveniente y necesario para la sociedad; el clientelismo de las dirigencias que procuran la adhesión incondicional de los cargos de representación popular para sus propios fines comprándolos de cualquier manera. Al final, la política se convierte en un ejercicio al servicio de intereses particulares en que el bien común es solo pretexto para administrar el poder y los recursos.
Llega un momento en que el político posicionado ya no distingue qué dice ni las consecuencias de lo que dice.
El ejercicio impune del poder insensibiliza y confunde no hacia uno mismo, sino ante la sociedad, dando por normal lo que no es normal de ninguna manera, aceptando lo inaceptable, asumiendo lo inasumible. El vértigo de noticias tiene como consecuencia que los errores se tapan rápidamente ante el cúmulo de lo generado, por eso es más frecuente que los políticos sean descuidados y no midan sus acciones y palabras. Hay una especie de impudor generalizado que apuesta al olvido inmediato del público. En realidad, se está perdiendo la dignidad de la actividad política a impulso de la deficiente democracia, cada vez más deteriorada, que ya no exige responsabilidad a los cargos públicos.
El descaro de muchos representantes se debe a una democracia decadente y desnaturalizada, consecuencia de unos partidos políticos concebidos y administrados como aparatos de colocación y empresas financiadas por el erario. La ausencia de democracia interna en los institutos políticos contamina el sistema democrático mismo que termina por operar a la manera de los partidos.
Como muestra unos botones. Sandra Cuevas recientemente informó que busca un cargo de elección por PRI, PAN, PRD, MC, Morena, se le olvidó mencionar al PV y PT. Sin importar que termine por integrarse a Movimiento Ciudadano, la declaración es inseparable del oportunismo en que lo decisivo es ocupar el cargo y no los motivos y las convicciones para ocuparlo. Marko Cortés publicó los acuerdos con el PRI en Coahuila.
Destaca la obscenidad de la negociación que exhibe a unos partidos que no pueden considerarse representantes de los ciudadanos. Ni los candidatos buscan servir a la sociedad, ni los partidos son plataformas democráticas de representación. Sandra Cuevas no tiene inconveniente de ofrecerse al mejor postor. Marko Cortés ni siquiera se ha planteado la dimisión que un partido probo le hubiera pedido de inmediato.
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