Drieu La Rochelle, la ideología de la decadencia

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Las ideologías operan como estrictos paradigmas que limitan el pensamiento y la actuación. Prejuicios formulados como dogmas en que los sucedáneos levantan un trampantojo de verdad a la que sirven la imposición y la intolerancia. No es extraño que temperamentos inseguros se rindan frente a sistemas de pensamiento que responden a todo porque lo relevante no es el pensamiento sino el sistema que capta ese pensamiento en un laberinto de deberes previa aceptación de la aparente verdad que sostiene el sistema. Pero también el pesimismo empuja a la adhesión de esas recetas que prescriben esperanza como antídoto frente al veneno del derrotismo. No pocas veces esas promesas asociadas con una presunta verdad someten al individuo a un baile de doctrinas e idearios sin importar antagonismos ni contradicciones. Las ideologías entonces se asumen bálsamos de conciencia antes que aparatos destinados a transformar la sociedad. Ante la profusión de lo real y de la propia existencia, las ideologías degradan paulatinamente el valor de verdad que se atribuyen para incrementar la inseguridad de los inseguros y el pesimismo de los pesimistas, para introducir un relativismo o un escepticismo intelectual incapaz de sosegarse con otras promesas y otras garantías. Las andanzas de Pierre Drieu La Rochelle (1893-1945) cartografían idas y venidas en busca de una piedra angular sobre la que construir la propia vida que acabaron por traicionarla. El francés mostró prematuramente curiosidad por la decadencia de su país en un momento en que la decadencia acaparaba la atención de intelectuales y pensadores como Spengler, Unamuno, Eliot y Ortega y Gasset. Drieu La Rochelle postuló el europeísmo como contención a la decadencia de Francia, pero también a la de los países europeos en los ensayos Le jeune européen (1927) y L’Europe contre les patries (1931), Le Français d’Europe (1944). En los años treinta del siglo pasado, la idea de una Unión Europea apenas era una ocurrencia, ni siquiera una posibilidad o una idea curiosa. Con el advenimiento del Tercer Reich, el amante de Victoria Ocampo y amigo de Jorge Luis Borges advirtió en la expansión nazi una oportunidad de promover el europeísmo postulado en su libro Socialisme fasciste (1934). Su colaboracionismo con los alemanes en la Francia ocupada no estuvo exento de recelos hacia lo que calificó de “mal necesario de Europa”. No contempló entonces la posibilidad de que el comunismo fuera alternativa para instaurar el republicanismo europeo, al que se vuelve tras los retrocesos de los ejércitos de Hitler atraído por el expansionismo de la URSS de Stalin.

Drieu La Rochelle fue un intelectual profundamente contradictorio militando en cuanto movimiento literario o político irrumpía revestido de novedad y de energía viril: se integró al dadaísmo, a la Acción Francesa de Charles Maurras, a un curioso comunismo de salón, al extremismo de los “jóvenes turcos”. Colaborador estrella de la revista colaboracionista Je Suis Partout, dirigió la Nouvelle Revue Française entre los años 1940-1943 sin considerar las consecuencias que podría tener una vez restituida la cofradía de literatos desplazados siempre ávida de venganzas y ajustes de cuentas reales o imaginarios. Las reticencias de Drieu hacia Hitler se transformaron en abierta aversión a quien llamaba “el hijo del aduanero”. Había algo esteticista y marcial en su gusto por el nazismo, una suerte de imagen imperial vinculada a Carlomagno. Pero Drieu albergaba una íntima desazón, una obsesión secreta que exhibió por primera vez el 12 de agosto de 1944 cuando intentó suicidarse por primera vez con barbitúricos a la que siguió otro conato más expedito al cortarse las venas y, finalmente, logró quitarse la vida el 15 de marzo de 1945 ingiriendo gardenal e inhalando gas.

El francés fue un hombre contradictorio, frívolo por momentos, más esteticista que pensador político, que se entregó sin mucha convicción al nazismo como solución a sus intereses europeístas, pero cuyo colaboracionismo durante la ocupación quizás explique parcialmente su fin, pero no al completo porque siempre mostró fascinación por el suicidio.

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