Diarios privados, traiciones irremediables

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Conforma la literatura privada la obra de un autor que no está destinada a su publicación, que pertenece a su celosa intimidad dispersa en cartas misivas, fragmentos autobiográficos y diarios. Se trata de la obra que rodea a la obra o que se sitúa en su orilla, que en ocasiones puede completarla pero cuyo objeto no reside necesariamente en que llegue a manos distintas a las de su destinatario e, incluso, que no se presente sino a ojos de su autor.

Hay también otra literatura calificada de privada que no es exactamente privada, sino que adopta un cauce privado pero está destinada a publicarse. Un diario estrictamente privado no debería ver nunca la luz. Cuando sucede se traiciona al autor sin eximentes ni atenuantes. Esa traición acostumbra a producirse una vez fallecido, cuando no hay posibilidad de reclamación ni denuncia, cuando el muerto indefenso ya nada puede hacer para objetar la violación y restituir al menos parcialmente su intimidad.

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El crítico o curioso que comete alevosía apuñalando por la espalda al autor no suele ser amonestado, sino celebrado por sus colegas a causa del hallazgo cuyo valor literario es casi siempre menor al de la propia obra. El especialista o interesado exhibe como trofeo inarrebatable lo que en realidad no es ni inarrebatable ni trofeo puesto que no le pertenece. Se busca fama apropiándose de la fama de otro, como si la impostura pasara inadvertida para todos o para la mayoría o para unos pocos.

El despojo se justifica muchas veces apelando al paso del tiempo, a la distancia de los años, al desapego de los contemporáneos. El argumento opera de manera convincente pero avivan dudas que se evaporan en el silencio. Pretextar el paso del tiempo es una traición más al implicar que la pasión o el dolor con que se escribieron aquellas líneas pierden vehemencia años más tarde hasta disiparse, cuando son testimonio de la intensidad de los sentimientos o de los pensamientos en ese momento que es para siempre su momento y que sólo ese momento explica esa escritura.

 Se aprecian diarios dirigidos a la publicación. Cuadernos que bajo apariencia de privacidad se justifican únicamente en las manos del público. Prontuarios con intención irreverente, anodina, erótica, política, cultural. Así mismo se observa el deseo de heredar a la posteridad un documento de época, testigo de las vicisitudes de una vida en un periodo determinado, no a propósito para un panorama amplio pero con valor personal. A veces también al servicio del prestigio del autor con conciencia histórica, al cabo de los intereses de los críticos empatados con el interés propio. En este rango caben los de Samuel Pepys, Paul Léautaud, André Gide, Alfonso Reyes, Ricardo Piglia, Rafael Chirbes, Andrés Trapiello. Bitácoras que se suman a la obra mayor del escritor simulando subsidiariedad aunque en ocasiones ocupan un lugar principal.

La literatura calificada de privada no siempre es privada. Aceptar siempre que un diario pertenece a la privacidad de un autor es desconocer la naturaleza camaleónica de la literatura, menoscabar el significado de intimidad, ignorar el sentido de lo privado. En la actualidad, la mayoría de la literatura denominada íntima carece de intimidad desde el instante mismo en que comienza a escribirse. Pero conviene ser escrupuloso con aquella que es verdaderamente privada, pues ninguna circunstancia exculpa su exposición, ni siquiera el deseo de asaltar la fama por parte de la crítica.           

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