Democracia sin frenos: el riesgo de gobernar con likes

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En América Latina, la democracia ha sido muchas veces un terreno fértil para el autoritarismo. No por defecto, sino por exceso: exceso de confianza en el voto como único garante de legitimidad, exceso de poder concentrado en figuras carismáticas, exceso de aplausos que silencian las alertas. El caso de Nayib Bukele en El Salvador es hoy el ejemplo más sofisticado de esta paradoja: un líder que, desde la popularidad y los resultados, ha logrado modificar las reglas del juego para perpetuarse en el poder.

La decisión de permitir la reelección presidencial indefinida, avalada por una Corte Suprema alineada al Ejecutivo y respaldada por una asamblea oficialista, marca un punto de quiebre en la historia democrática salvadoreña.

Bukele, con niveles de aprobación que superan el 85%, ha logrado instalar la idea de que el respaldo popular justifica cualquier reforma. Pero la democracia no es solo mayoría, es también límites, alternancia, contrapesos y respeto por las reglas.

“Las dictaduras modernas no entran con tanques, entran con votos. Y se quedan con reformas.”

Aunque no es un término oficial, bukelismo se utiliza para describir la orientación política del actual gobierno salvadoreño. Se trata de un modelo que combina un Estado fuerte, políticas de seguridad con enfoque militarista, rechazo a la clásica división entre capitalismo y socialismo, y una narrativa de modernización que se comunica con eficacia en redes sociales. Este modelo ha sido eficaz en reducir la violencia y recuperar territorios dominados por pandillas. Pero también ha suspendido derechos fundamentales, limitado la libertad de prensa y desactivado el debate público.

La historia ofrece ejemplos radicales de cómo líderes autoritarios llegaron al poder por vía democrática. Adolf Hitler fue elegido en elecciones libres antes de instaurar el Tercer Reich. Hugo Chávez y Daniel Ortega iniciaron sus mandatos con legitimidad electoral, para luego modificar constituciones y eliminar contrapesos. Rafael Correa y Evo Morales también tensionaron los límites institucionales en nombre del pueblo. El problema no es solo Bukele. Es el modelo. Es la idea de que el éxito justifica el poder sin límites. Es la normalización de la figura del líder que no puede ser reemplazado.

El bukelismo no propone una dictadura clásica. Propone algo más seductor: una dictadura con likes. Una narrativa de orden, eficacia y modernidad que apela al hartazgo ciudadano, pero que erosiona los principios democráticos desde adentro.

La democracia sin frenos no es democracia. Es populismo con traje institucional. Y aunque hoy parezca eficaz, mañana puede ser irreversible.

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