Acostumbran los premios literarios a otorgarse según diferentes conveniencias. Excepcionalmente se conceden a quien lo merece. No se sabe muy bien si porque no había otro candidato más conveniente o porque era inevitable que lo recibiera. Luis Mateo Díez (1942), español de la provincia de León, ha recibido el día de hoy, 23 de abril, el premio Cervantes a su trayectoria literaria.
En realidad, hablar de su trayectoria literaria es hablar de su propia vida, inseparable de su obra, hasta confundirse con ella. Mateo Díez es un narrador sosegado y mesurado, de amplio conocimiento y devoto del castellano de su región. Un escritor-escritor, de los que ya van quedando pocos porque el exigente oficio está hecho para un grupo selecto que no privilegia las ventas, ni la publicidad, ni el reconocimiento. Recuerda en su actitud a Ramón Gaya quien siempre defendió que el artista no era un ser excepcional por encima de los demás, sino aquel que había elegido dedicarse al arte como otros se dedican a la empresa, la medicina o la plomería. No sorprendieron las palabras del galardonado: “Nada me interesa menos que yo mismo”.
Escueta, la frase resume la tarea del escritor: un darse a los demás desde el olvido de sí mismo. Para unos, la aseveración certificó la reconocida modestia del autor; para otros, un decir retórico y efectista destinado al público. Quizás la afirmación se deba a la modestia, pero ante todo se ordena a la verdad del narrador. Un escritor cuenta historias de otros a los que inventa o a los que dota de una personalidad ficcional aunque su fondo resida en el recuerdo, abraza a los demás para que pueblen sus narraciones. Conocer al otro es olvidarse de uno mismo, interesarse en el otro es desinteresarse de uno mismo.
En las novelas y cuentos del autor la memoria es agente principal, recuperando su infancia con objeto de crear un nuevo mundo que llama Celama. Espacio imaginario, un poco a la manera de Región de Juan Benet, que cobra consistencia en la trilogía El reino de Celama integrada por El espíritu del páramo (1996), La ruina del cielo (1999) y El oscurecer (2002). Las novelas se asientan en la nostalgia que nace de la desaparición del mundo rural y de los recuerdos e historias oídas ante las chimeneas en los recios inviernos. Quizás una de sus aportaciones más significativas sea la oralidad: consejas, leyendas y cuentos al calor del hogar a resguardo de intensas nevadas. Mateo Díez es también un escritor de posguerra pero que no habla exactamente del componente político de la posguerra, sino de esos tiempos de autarquía y aislamiento en que la vida dura era la única conocida y en que la muerte acechaba en cada esquina.
Con todo, es reconocible la influencia del Quijote en la obra del leonés, y dentro de la novela cervantina, su certeza de que don Quijote es “el héroe del fracaso”, “un perdedor, término que nunca me gustó pero no deja de ser significativo, abocado a las perdiciones y los fracasos, por muy ensoñados que se forjaran”. También los personajes de Luis Mateo Díez son “héroes fracasados”, quizás porque la única heroicidad reside en el fracaso. Recriminación de fondo a una sociedad obsesionada por la apariencia del éxito. Se da la paradoja de que los héroes fracasados de los relatos de Luis Mateo Díez le proporcionan el premio Cervantes, el galardón más distinguido de las letras españolas, en una ceremonia que tuvo lugar en el paraninfo de la Universidad de Alcalá.