El desencanto requiere previamente afecto hacia algo o alguien puesto que es consecuencia de dejar de sentir afecto o ilusión por algo o alguien. El desencanto es resultado del engaño, pero sin la impronta del desengaño. No es vacío respecto a lo que se sentía sino sustitución, repuesto, nuevo sentimiento en lugar del viejo sentimiento. El desencanto se origina en la pérdida pero no es pérdida en exclusiva. Desde otro punto de vista es otra llenazón en respuesta al extravío de la llenazón anterior. La intensidad del desencanto es inversamente proporcional a la intensidad del amor o deseo previo. Cuanto mayor es el amor, mayor el desencanto. No es exactamente decepción que en todo caso es frustración de una expectativa. Es algo más profundo que en un primer momento deja inerme, huérfano, ausente, para luego rearmarse en ocasiones en forma de rechazo y crítica. Particularmente violento es el desencanto resultado del compromiso. El húngaro Arthur Koestler (1905-1983), intelectual y político decisivo en el siglo XX, es ejemplar a la hora de exhibir ese desencanto. Empujado por lo que en algún momento consideró logros de la Unión Soviética, se adhirió con entusiasmo al marxismo-leninismo ingresando en el Partido Comunista de Alemania en 1931. Cubrió para News Chronicle la guerra civil española, colaborando con el Komiterm como agente encubierto en el bando franquista. Hasta inicios de la Segunda Guerra Mundial, operó como activista contrario al fascismo en París, colaborando con Willi Münzerberg.
En 1940 publicó El cero y el infinito, obra de tesis que si bien reivindica la revolución de 1917, critica abiertamente a la URSS de las purgas estalinistas y los juicios de Moscú celebrados a principios de los años treinta. La novela nace del desencanto ante actuaciones del aparato del Kremlin traicionando las promesas de la revolución rusa. En la obra completa de Koestler se aprecian dos etapas nítidamente diferenciadas: una de propósito político y otra dedicada a temas científicos y filosóficos. La primera parte alterna ficción con escritos autobiográficos. Una selección se recoge en la antología En busca de la utopía (1980) confeccionada por el autor. El desencanto de Koestler no se debe a la izquierda en sentido amplio, sino a su forma más extrema, el comunismo, a la que niega siquiera la posibilidad de incluirse dentro del espectro de la izquierda: “Y la ‘extrema izquierda’ aún es considerada como sinónimo del Partido Comunista, a pesar de que prácticamente todos los principios del credo comunista se oponen de manera diametral a los principios asociados originalmente con la izquierda”. Koestler subraya su desencanto hacia el comunismo al que retira todo derecho de inclusión en la izquierda, pero se adhiere a la izquierda asociada con el “progresismo liberal”. Atribuye la confusión al “poder mágico de las palabras” por el que los “hombres de izquierda” mostraron bajo engaño su solidaridad con el comunismo.
Koestler se desencanta del comunismo, pero no de las posibilidades de la izquierda como alternativa al capitalismo. La vehemente crítica hacia el comunismo se combina con una apasionada defensa del progresismo. El desencanto se llena de otro compromiso a partir de la pérdida y posterior rechazo del compromiso primero. No se abstiene de la crítica franca que opera como premisa para desplazar ese desencanto por un nuevo encanto porque el desencanto es acicate necesario para la recomposición.