Artesano y artista

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De manera tradicional, se considera artista a quien ha adquirido su oficio. Es lugar común admitir que el significado de artista en la actualidad proviene del Renacimiento, y lo que había antes más bien era artesanía pero con salvedades, como señala Tomás Segovia en Páginas de ida y vuelta: “El ‘arte del verso’, por lo menos del verso culto, siempre fue algo más que artesanía; y la magia siempre se llamó ‘arte’”. En el Renacimiento, el artista hereda la idea de la artesanía y esa herencia la conservó durante mucho tiempo: “La idea moral del oficio, de la maestría, de una autoridad ganada mediante el paciente aprendizaje y la modesta práctica”. Y quizá esta es una característica decisiva a la hora de distinguir entre el artista y el artesano, o por lo menos entre el artesano y algunos artistas en la época contemporánea: el artesano obedece a la moralidad de su oficio, mientras que algunos artistas prescinden de esa moralidad para remitir su impulso creador a su genio. A la vez, surge también en el Renacimiento la idea del “genio” al margen del artesano y que, sin embargo, convive con él, y aún coexisten en la misma persona: el genio que viene a ser el antiguo artesano reconvertido ahora en artista en razón del reconocimiento de su individualidad, de su yo frente a los demás, de su singularidad ante los otros.

Desde el siglo XIX, el ‘genio’ del artista arrumbó el oficio del artesano y al artesano mismo de manera que, también desde entonces, se da la paradoja de que el artista ha dejado de ser artesano y el artesano, artista. Esta ruptura, además, diversificó el trabajo del artista a partir de la producción en serie, cuando se rompe la relación entre el artesano y el consumidor, que dio origen al diseñador, siempre vinculado al mundo de la moda. En este desplazamiento del artesano en beneficio del artista, un movimiento de arrumbamiento y marginación, no es menos importante la nueva relación con el tiempo que exige la modernidad, de la que la moda es epítome, signo y cifra. El tiempo se acelera, también lo apremiante de su actuar: la técnica deja su lugar a la idea, el oficio a la genialidad.

Tal vez el extremo de este arrinconamiento de la técnica sean los mecanismos que utilizó el surrealismo para imponer unos usos artísticos que se cimentaban tanto sobre la abolición del pasado como en la sumisión al presente. Las necesidades y urgencias tanto de la producción como del mercado han relegado la importancia del oficio artesanal, esa paciente adquisición de unos rudimentos y una técnica necesaria para realizar con solvencia el trabajo. Da la impresión de que el artista moderno se ha desembarazado de todo aquello que puede ralentizar su actividad creadora en función de lo inmediato y actual, siempre condicionado por un tiempo que parece transcurrir a mayor velocidad. Algunas voces se han levantado para reivindicar la urgencia de volver al origen artesanal de la actividad artística.

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