Año Nuevo, vida nueva

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Cada nuevo año da la impresión de que inauguramos la vida: un volver a empezar o recomenzar. Esa impresión, en ocasiones honda según la edad, se desdibuja a medida que avanzan los recién estrenados días y meses, hasta que el año nuevo se transforma en un año más inmerso en el caudal de la vida que no conoce de novedades y cada vez menos de expectativas. Quizás merece la pena considerar las implicaciones de estrenar año.

La posibilidad de detener aparentemente el paso del tiempo para mirar con sinceridad el pasado y prevenir el futuro como consecuencia de la experiencia. No se puede modificar el pasado, pero se puede vivir mejor el futuro si el propósito impulsado por el deseo es auténtico. Asaltamos el primer día del año entre propósitos y deseos. Los propósitos dependen de cada uno, de la voluntad para realizarlos, de la fortaleza para no desfallecer en su consecución, de la convicción de que no regresarán al olvido pocos días después. Los deseos son otra cosa, figuraciones que no dependen de nosotros, más cerca del azar que del hacer, generalmente de índole colectiva a los que podemos contribuir con palabras y actuaciones pero que se escapan a esas palabras y actuaciones individuales.

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            Registrar propósitos es una manera de atrapar ilusiones, de hospedarse en la esperanza o, mejor, en el optimismo al que invita lo nuevo. A determinada edad, esas intenciones acostumbran a ser las mimas porque las relegamos demasiado pronto. Llega un momento en que nos conformamos con que los propósitos que nos hacemos se extiendan más en el tiempo que el año anterior. Pero quizás conviene comprometerse con esos propósitos para que abarquen los doce meses, no tanto por el sentimiento del deber cumplido como porque si son adecuados contribuyen a dotar de sentido ese lapso.

Cada uno sabe qué conviene: hacer ejercicio, frecuentar el gimnasio, colaborar en casa, atender a la familia, ocuparse de mejor manera de los hijos, demostrar detalles de cariño y amor con nuestra pareja, ser puntuales, dejar el alcohol u otras sustancias, quitarse de fumar, optar por el transporte público, etcétera. No importa la meta, lo que importa es llegar a la meta.

            Los deseos son otra cosa. Claro que hay deseos personales, ingrávidos y etéreos, habitualmente irrealizables que aportan ímpetu y color a la rutina. Pero también hay deseos colectivos que sumando voluntades podrían transformar el clima social. Su realización no reside en la voluntad individual sino en la suma de voluntades. Al fin, un país también se caracteriza porque sus ciudadanos comparten sentimientos de mejora.

Para este año mis deseos, que estoy convencido que son compartidos por la mayoría de mexicanos, son que se reduzca de manera significativa la violencia, que se detengan las actividades del crimen organizado, que el ejército y las fuerzas de seguridad cumplan con su deber, que la pobreza se reduzca de manera importante, que las medicinas lleguen efectivamente a los niños con cáncer, que la enseñanza pública sea verdaderamente competitiva y no se limite a adoctrinamiento, que la sanidad pública sea eficiente, que las campañas electorales se desarrollen de manera cívica y en paz, que el día de las elecciones se respete el proceso democrático, que se atienda la reconstrucción de Acapulco decididamente.

            Hay asuntos que dependen de cada uno; otros, de todos. Conviene atender a unos y otros si queremos ser mejores personas y contribuir a una mejor nación. Feliz año a los lectores de La Torre News.    

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