2025 es el año en el que el peligro dejó de ser advertencia. Si algo nos dejó en claro es que la erosión democrática ya no es una hipótesis académica ni una advertencia exagerada de la oposición. Es un proceso en marcha, visible, e innegable. No ocurrió de golpe ni con las estridencias autoritarias clásicas; ocurrió como suelen ocurrir las cosas peligrosas: normalizándose.
1. Un gran parteaguas fue la elección judicial. Se nos ofreció como un ejercicio de “democratización” del Poder Judicial y terminó siendo una simulación de participación ciudadana. Ministros, magistrados y jueces electos por “acordeones”, con votaciones mínimas y sin deliberación pública real. El resultado no tardó en manifestarse: resoluciones erráticas, errores procesales graves y una curva de aprendizaje que el Estado de derecho no puede darse el lujo de pagar. El mensaje fue devastador: la independencia judicial dejó de ser un valor y pasó a ser un estorbo. La elección de los jueces, lejos de ser un mecanismo de legitimación, o garantía de capacidad y decencia, terminó siendo una sofisticada herramienta de captura institucional.
2. La corrupción y la violencia siguieron avanzando sin pudor. El huachicol fiscal dejó de ser rumor para convertirse en el más grande y vergonzoso escándalo de corrupción en la historia del México contemporáneo; la Barredora exhibió laincursión del crimen en los puestos de poder; la extorsión se consolidó como impuesto paralelo en amplias regiones del país; y el asesinato de Carlos Manzo cimbró a un país que se ha hartado de la violencia incontenible.
3. El discurso de la pobreza franciscana terminó de desplomarse. 2025 fue el año en que la burocracia dorada de Morena dejó de disimular. Viajes, lujos, derroche, estilos de vida incompatibles con sus ingresos lícitos y con la retórica moralizante que durante años usó como bandera política. El contraste ético entre el discurso y la realidad evidenció la hipocresía del régimen. De que no eran iguales no hay duda; de que eran peores hay pruebas.
4. Si algo destacó en 2025 fue la censura, cada vez menos disimulada. En Campeche, Puebla, Tamaulipas y Sonora, la ley comenzó a usarse como mordaza. En esta última el caso nefasto de “dato protegido” fue emblemático… y volitivo. ¡Y qué decir de la persecución a la generación Z! No se persiguió la difamación, se castigó la crítica. No se protegió la privacidad, se aplastó la libertad de expresión. No se inhibió la violencia de género, se apaleó el periodismo libre. El mensaje fue claro: hablar tiene costo; aténgase a las consecuencias.
5. En el plano internacional, Donald Trump volvió a ordenar la agenda bilateral. México terminó convertido en patio trasero; una vez más en muro comercial, migratorio y de seguridad. A cambio de evitar sanciones mayores o los arrebatos megalómanos del vecino del norte, se cedió en comercio, en migración, enseguridad, en soberanía y en dignidad. No fue una negociación entre iguales, sino una administración del miedo. Pero el problema no es solo Trump, sino la fragilidad estructural de un país que responde con concesiones silenciosas porque carece de una estrategia de largo plazo.
Vistos por separado, estos cinco hechos podrían parecer episodios aislados. Juntos, forman un patrón. Un año en el que se aniquiló la justicia, se toleró la corrupción, se respetó al crimen organizado, se normalizó el dispendio y el privilegio, se castigó la opinión y la libertad, y se debilitó la soberanía. No fue el año del colapso, pero sí el año en que muchas líneas se cruzaron sin escándalo.
2025 no será recordado como el año en que México dejó de ser una democracia, pero quizá sí como el año en que dejamos de exigir que lo siguiera siendo. Y ese, en política, es el punto de inflexión. Si no hay reacción, tampoco habrá retorno.
Cerrar el año con una reflexión crítica dura, no es pesimismo, implica negarse a la resignación. Implica tener memoria, ejercer la vigilancia ciudadana y plantear una pregunta incómoda que no conviene postergar: ¿cuánto más estamos dispuestos a normalizar antes de llamar a las cosas por su nombre?
La respuesta no está en la queja estéril, ni en la espera pasiva de un relevo providencial. Está en reconstruir contrapesos, defender las instituciones que aún resisten, exigir límites al poder y reivindicar la rendición de cuentas. Está en volver a llamar abuso al abuso, censura a la censura y corrupción a la corrupción, sin miedo ni eufemismos. La muerte de la democracia no se da por la decisión de los autócratas, sino por el consentimiento de la ciudadanía.


