Narcotráfico, militarización y represión. ¿Quién traicionó a América Latina?

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Mientras Estados Unidos despliega destructores y submarinos frente a las costas de Venezuela, acusando a Nicolás Maduro de liderar un cartel narcoterrorista, el régimen chavista responde con 4.5 millones de supuestos milicianos y una prohibición total del uso de drones. La narrativa oficial habla de soberanía, pero los hechos revelan otra cosa, represión sistemática, desapariciones forzadas, censura digital y una transformación del Estado que vulnera la Constitución.

Maduro no solo ha convertido a Venezuela en un Estado policial, sino que ha institucionalizado el terror. Las elecciones de 2024 fueron desconocidas por la oposición, y la respuesta del régimen fue brutal: más de 2,400 detenciones, 25 muertos en protestas, y el bloqueo de plataformas como YouTube y TikTok.

El llamado “Estado Comunal” no es democracia participativa, es control territorial disfrazado de protagonismo popular.

Del otro lado de la frontera, Colombia revive sus peores pesadillas. Bajo el gobierno de Gustavo Petro, los grupos armados ilegales han duplicado su capacidad operativa. El Clan del Golfo, el ELN y las disidencias de las FARC se han expandido a más de 200 municipios, aprovechando el cese de hostilidades y la desmovilización institucional. La “paz total” se ha convertido en una tregua para la reorganización crimen organizado.

Petro niega el caos de violencia, pero los hechos lo contradicen. Helicópteros derribados, policías asesinados, atentados con drones y carros bomba. Su discurso sobre el narcotráfico ha sido ambiguo, incluso llegó a afirmar que el Cartel de los Soles no maneja el tráfico de cocaína en Venezuela, deslegitimando las denuncias internacionales.

Ambos gobiernos han fallado. Maduro por convertir la soberanía en represión, y Petro por confundir paz con permisividad. Dos presidentes de izquierda que prometieron justicia social y hoy enfrentan escenarios de militarización, narcotráfico y dolor ciudadano.

Este no es un problema ideológico. Es una traición a la promesa latinoamericana. A esa que hablaba de dignidad, de justicia, de pueblos libres y seguros. Hoy, esa promesa está sitiada por fusiles, discursos vacíos y pactos con la impunidad.

No se trata de elegir entre Washington o Caracas. Se trata de elegir entre la verdad y la mentira. Entre el miedo y la esperanza. Y sobre todo, entre seguir callando o empezar a exigir. Porque si América Latina no despierta, la historia no la absolverá.

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